El pasado siempre es fácil de adivinar. Lo complicado es
saber cómo será el futuro. No siempre es mejor. Aunque tampoco el pasado suele
ser perfecto. Quienes así nos lo venden, o nos engañan o son unos necios. No
hay que descartar que ambas supuestas cualidades se den juntas. No hay más que
asomarse al Stefan Zweig de El mundo de ayer para entender la angustia
vital de quien había visto desmoronarse demasiados mundos en su vida. No hay
más que asomarse al Tony Judt de Postguerra para entender cómo las ilusiones
de un mundo mejor se pueden trastocar de un día para otro laminadas por las
políticas ultraliberales. Ni cualquier pasado fue mejor, ni la felicidad es
eterna. A menudo, imaginamos un pasado idílico para huir de un presente infernal.
Y cuando volvemos a asomarnos al abismo de la angustia, corremos a ese pasado
idealizado como tabla de salvación. Un espejismo, pura ilusión. Cuando la
ensoñación se desvanece nos damos cuenta de que nos habíamos lanzado al mar sin
salvavidas, y no sabemos nadar.
La pandemia nos ha dado la
oportunidad de asomarnos a un mundo que pensábamos erradicado. A un tiempo en
que las pestes marcaban calendario y santoral, cuando las iglesias que en el mundo
han sido y siguen siendo, abrían el paso y las rogativas. ¿Dónde están los
santones que antes inspiraban retablos y cazas de brujas? Como los virus han
buscado otros nichos para medrar. Y no traen nada bueno. Habrá que aguzar la
vista para detectarlos y exterminarlos. La razón se impone a supersticiosos y
chamanes. La ciencia ganó la partida. Por ahora. La pandemia también nos ha
dado la oportunidad de frenar un poco, de darnos tiempo para nosotros y
nuestras circunstancias. Para reflexionar. Para bajar el ritmo vital y hacerlo
compatible con la vida. Para repensar qué hicimos mal y qué podemos hacer
mejor. ¿Aprenderemos la lección?
RESET
Uno de los sueños más recurrentes que tenemos es volver a
empezar. La vida como bucle puede ser una pesadilla. Otro sueño frecuente es
volar. Orgasmos, diría un seguidor de Freud. “Volar, lo que se dice volar, no
vuelo”, canta El Kanka. Por eso soñamos con hacerlo. Para eso tenemos la
imaginación. Para soñar mundos posibles. Para imaginar utopías. Nos gustaría
que al despertar de la pesadilla que es la pandemia, nos encontráramos un mundo
mejor. No estoy muy seguro de que ocurra. De nosotros depende. ¿Seguro?
Cuando nos asomamos al mundo de hoy, no al de ayer, nos entra
vértigo de ver lo que vemos. Nunca la humanidad tuvo tantos mecanismos para
tener el mundo en sus manos. Nunca desaprovechó tanta oportunidad para hacerlo
más habitable, y no sólo para los humanos. Nunca estuvimos tan globalizados, y
sin embargo seguimos sin acabar con la pobreza. La desigualdad no ha dejado de
crecer. No hemos parado de ahondar la brecha que separa al 1% más rico (poseedor
del 50% de las riquezas del planeta), del restante 99%. Se calcule como se
calcule, la diferencia es abismal o abisal, como gusten. Esa es otra pandemia.
El SARS-CoV-2, el coronavirus causante de la enfermedad
Covid-19, tiene un periodo de latencia largo, tarda más de una semana en
manifestarse, en aparecer síntomas. Es su estrategia de supervivencia. La forma
que tiene su gen de sobrevivir. Cuando asoma, ya es difícil frenar su
expansión. Todo se precipita.
También el cambio climático tiene un largo periodo de
latencia. Sus consecuencias no se ven a corto plazo. Cuando se manifiesta, el
proceso es irreversible. No hay marcha atrás. No hay terapia que lo cure ni medicina
que lo sane. Fractura irreparable. ¡Qué difícil es hacer hoy lo que menos mal
nos cause mañana!
Buscando respuestas, me asomo a las 21 Lecciones para
el siglo XXI de Yuval Noah Harari, nuevo gurú de la izquierda desde que
publicó Sapiens. Repasa un futuro por escribir. Busco recetas mágicas.
No las encuentro. Me doy cuenta de lo poco que sirve abordar el futuro como
algo predeterminado. El determinismo es una falsa muleta. Cuando menos te lo
esperas, estás en el suelo. Cojo y desvalido. Pero somos datos. Códigos
binarios en el superordenador que es la vida. Somos nuestras preferencias. Las
miles de opciones que tomamos cada día. Si o no. Blanco o negro. Nuestras decisiones
no dejan de ser algoritmos en una larga cadena de cifras. Somos un largo código
de barras. Guarismos que nos convierten en animales de comportamientos
predecibles. ¿Dónde queda el libre albedrio? ¿Y la libertad? La biotecnología y
la inteligencia artificial son bienes muy preciados, cada vez más. Y son caros,
al alcance de muy pocos. Algo habrá que hacer para que el mundo de mañana sea
mejor que el pasado, ese pretérito siempre imperfecto.
URBANO GARCIA
Imagen: Simulación del SARS-CoV-2 que causa la enfermedad Covid-19. GERALT