Sabemos que es más fácil bajar que subir. Lo sabemos a
ciencia cierta, no es una percepción. Es la tiranía impuesta por la ley de la gravedad.
Claro que las leyes de la física son relativas, como demostró Einstein.
Dependen del cómo, dónde y cuándo, como mínimo. Es verdad que subir una escalera
tiene mayor coste energético que bajarla. Al descender, el planeta -su gravedad-
hace el trabajo por nosotros. Los conductores saben que hay que poner la misma
marcha al subir y al bajar una pendiente, o ir frenando.
Podemos dividir la cuarentena en dos fases. En la primera
nos hemos dedicado a intentar aplanar la curva, para que no colapsara el
sistema sanitario. Ese era y es el objeto del confinamiento, rebajar la
fatídica pendiente de contagios y muertes. Como si fuera fácil aceptar la
existencia de un nivel a partir del cual la tragedia deja de controlarse. Por
desgracia hay un listón, una o varias líneas que condicionan todo. El número de
camas, de hospitales, de UCI’s, de respiradores, de personal sanitario, incluso
de mascarillas, fijan un dramático límite. Una vez superados éstos, el drama
alcanza una gravedad de difícil asimilación. Incluso la palabra “triaje” es demasiado
suave para calificar el trágico momento. No hace falta añadir más drama al
drama. Y ese listón depende de lo que se ha invertido y se invierte en salud
pública. Una cifra que, en nuestro caso y desde hace mucho tiempo, ha sido poco
o muy poco. Mucho menos de lo que han invertido nuestros socios comunitarios. Y
eso se paga. Se paga la poca inversión y se pagan los recortes. También se paga
el considerar a la sanidad como un negocio, y privatizarla como si fuera una
fábrica de calcetines.
A la segunda etapa estamos llegando. Se trata de mantener
en niveles controlables los contagios, para ir rebajando el índice de afección de
la Covid-19. A eso le llaman “desescalar”, a bajar poco a poco la curva de
guadaña que dibuja la pandemia. Bajamos casi a ciegas. Desconocemos cuántas
personas asintomáticas son portadoras del coronavirus. No sabemos si la
presencia de este nuevo virus se cronificará entre nosotros. Si volverá, sin
haberse ido, el próximo otoño. Si acompañará a su primo el virus de la gripe. Para
entonces estaría bien disponer de una vacuna. Gran parte de la comunidad
científica está en ello. La OMS quiere que sea de libre acceso. Pero más de un laboratorio
va detrás de hacerse con la ansiada patente, apoyados por un Trump más
preocupado por el valor de sus acciones que por la salud de sus conciudadanos.
BAJAR
Y SALIR
Muchas personas no podrán bajar
ni salir. Se han quedado en el camino. Son un punto en la fatídica curva. Un
guarismo en la estadística de la pandemia. Habrá que crear un espacio para la
memoria de quienes perdieron la vida a causa de la Covid-19. Tiempo habrá para
el duelo cuando pase lo peor.
Por llegar con sus alforjas cargadas de dolencias, la
edad es un factor a tener en cuenta. En función de ella desescalaremos. Niños y
niñas saldrán primero. A partir del 27 de abril. Eso sí, estarán rigurosamente
vigilados. Por personas más mayores, claro. Dicen que la prudencia llega con la
edad. Y la defensa de los derechos. Rebelión de las canas le llaman en Francia.
También con la edad contraer el virus puede acarrear más complicaciones. Y no
es cuestión de jugar con la salud. Escribo estas líneas antes de conocer cómo
se hará la desescalada. Está claro que el coronavirus nos ha atacado de forma
desigual. A la España vaciada no van ni los virus. De esa se han librado. Lo
malo es que eso hace menos inmunes a quienes viven en ella.
La desescalada se hará contemplando criterios
geográficos, sectoriales y de población. Además de mascarillas suficientes, habrá
que disponer de millones de test para poder segregar la salida a la calle en
función de los mapas de la pandemia. Todo eso cuesta dinero, mucho dinero. El Europarlamento
apoyó la creación de “bonos de reconstrucción” garantizados por el presupuesto
de la Unión. Ahora falta que la Comisión, los países, den su visto bueno. Las
derechas no quieren ni oír hablar de mutualización de la deuda, de coronabonos
o eurobonos. El compromiso solidario les da urticaria. En Bruselas y aquí. Tal
vez por eso, al PP le parece mal el Ingreso Mínimo Vital, una paga para que
nadie se quede en la cuneta de esta crisis sanitaria, y no como ocurrió en 2008.
Tampoco a la Conferencia Episcopal le gusta. “No es un horizonte deseable que
haya gente que viva gracias al Estado”, dice el portavoz de los obispos. ¡Mira
quién habla!
Entre 1347 y 1400, la población de Europa y de gran parte
de Asia fue diezmada por la peste negra. Pasó la peste y llegó el Renacimiento.
Habrá que hacer todo lo posible hoy, para poder renacer mañana.
URBANO GARCIA
Imagen:
1. Mujer leyendo sentada en la ventana. Premium.
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