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viernes, 29 de mayo de 2020

ALARMA MENGUANTE


Cuando pasamos a la Fase 1, me asomé al Jardín del Turia. Parecía el sambódromo de Río de Janeiro en Carnaval. ¡No puede ser!, me dije. No puede ser que ahora, por impaciencia, por desahogo, por exhibicionismo, para demostrar lo mucho que anhelamos salir del confinamiento, … por lo que sea, echemos por la borda lo conseguido por todos. Sí, por todos, incluso por quienes cogen la cazuela y se lían a golpearla como si fuera un tambor de Calanda. Eso sí, en los barrios obreros, los mamporreros de la cazuela ocultan su identidad tras toldos y banderas. En esas zonas, mayoritariamente de izquierdas, insultar al gobierno no da puntos. A la derecha hispana, tan aficionada al guerracivilismo, le gustaría que las cazuelas fueran tanques y las caceroladas cañonazos. Desde los libertarios americanos a los ultras españoles todos tienen en común su negacionismo. Niegan la teoría de la evolución, la peligrosidad del virus, la crisis climática, la justicia, la igualdad, la libertad de no pensar como ellos, … Sólo creen en el statu quo, en que la economía está por encima de las personas, en la ley y el orden cuando no son ellos los que tienen que cumplirlas. Indigna ver a esos insensatos que ladran sin mascarilla, y escupen su odio sobre el resto de la ciudadanía.  



MADRID ME MATA

               Desde la calle Núñez de Balboa, los cachorros de Queipo de Llano expanden su carcinoma como si fuera una infección vírica. Ayuso los arenga desde el púlpito que sostienen los ultras. O inaugura terrazas como Franco pantanos. Madrid no es de los madrileños. Quien tiene la sartén por el mango y el mango también son las grandes constructoras, las empresas que parasitan el presupuesto público y el BOE.

El Producto Interior Bruto de la capital del reino se ha disparado gracias al dumping, a los privilegios fiscales, a la sobrefinanciación, a una burocracia inflada por el franquismo y escondida en las entretelas de ministerios sin competencias, llenos de rincones para escaquearse. Secretarios, subsecretarios, asesores, altos cargos, funcionarios con más trienios que Matusalén, … Una casta de parásitos vampirizando los recursos del Estado y ocupando despachos como ratas en los albañales. Madrid debería ser Distrito Federal. No tiene sentido ser capital y autonomía. Una perversa asimetría tiene en Madrid el ejemplo más sangrante.

               La estructura judicial ha estado paralizada por la pandemia, como todo el país. Pero algunos jueces no paran. Una juez ordenó a Pérez de los Cobos, coronel de la Guardia Civil, que investigase la manifestación feminista del 8 de marzo, con el fin de encontrar un chivo expiatorio ante la expansión vírica. El coronel no se lo dijo a la autoridad superior. ¿Conflicto de intereses? Que el ministro perdiera la confianza en Pérez de los Cobos era lo mínimo. Pero la derecha mediática se ha lanzado al degüello de Marlaska, obviando que el coronel está bajo disciplina militar y debe lealtad al gobierno. De traicionar lealtades sabe mucho la derecha.        



RECONSTRUCCIÓN

Unos desescalan poco a poco, como debe ser. Otros, más insensatos, bajan en rápel. ¡Maricón el último!, dicen escupiendo testosterona. Reconstruir es importante. Más tras una crisis que devastó el país, su paisaje y su paisanaje. Y no da lo mismo quién la dirige. No es igual que sea Nerón que Trajano. Ni Agamenón o su porquero. PP y C’s han puesto al frente de la reconstrucción andaluza a los neofranquistas. ¿Harán un Cuelgamuros en la Alhambra? La del franquismo es la única reconstrucción que le interesa a Vox.

 Ya deberíamos estar planificando cómo reforzar la sanidad pública, cómo mejorar la enseñanza on-line, cómo combatir la pobreza, cómo organizar el teletrabajo, cómo ayudar a la agricultura, cómo planear el transporte público, cómo preparar el futuro pensando en las personas y no en el valor de las acciones… Para abordar el reto hace falta tener recursos. Aquí estamos en inferioridad. Somos los peor financiados y arrastramos un déficit de años. A menos dinero, menos medios para la reconstrucción. Un lastre difícil de superar, aunque haya buena gestión. El gobierno ha preferido mantener la desigualdad. Y Compromís se descolgó de la última prórroga de la Alarma. Todo el mundo opina que la desescalada y la reconstrucción han de hacerse por territorios. Nadie como las instituciones locales y autonómicas para hacer el ajuste fino que la situación requiere. Paso a paso y amb trellat. Ahora es la atención primaria la que asume el primer frente de la lucha contra el virus. Y no lo olvidemos, el SARS-CoV-2 sigue ahí, tan mortal como en marzo.       

URBANO GARCIA


Imagen: Jardín del Turia después del confinamiento. JESÚS CÍSCAR

martes, 19 de mayo de 2020

MORIR EN TIEMPOS DE PANDEMIA


El jueves 14 murió mi hermana. Murió de muerte natural, pero no por la Covid-19. Nada más natural que morirse cuando se está vivo. También estaba vivo Juan Genovés hasta que el viernes dejó de estarlo. Juan tampoco tenía el virus SARS-Cov-2. Nos deja una ingente obra, imagen del olvidado sujeto colectivo que empujó la transición democrática. El sábado 15 quien nos dejó fue Julio Anguita, protagonista desde el PCE de esa Transición inacabada -traicionada, piensan muchos-, “califa rojo” en una Córdoba capaz de sacudirse la caspa de señoritos y caciques. La gente vive y muere con y sin pandemia. Pero la Covid-19 lo eclipsa todo, hasta el entendimiento. Estos días también murió Javier Marco. Médico valenciano de ascendencia gallega. Muerte “natural” a causa de la Covid-19. Javier y Luis Mitsuf son dos de los últimos sanitarios cuya vida arrebató la pandemia. Han sido muchas las personas dedicadas a velar por nuestra salud que han dejado la suya velando por la de los otros. Demasiadas como para no rendirles un justo homenaje. Todos los días, si es preciso. ¿A quién molesta?, se preguntan las Mareas Blancas. Desde que comenzó el Estado de Alarma, todas las tardes, a las 20h, les hemos aplaudido desde los balcones. No por ser héroes, si no para no olvidarlos. Para no olvidar lo mucho que les debemos. Para no olvidarnos de la sanidad pública. Para no olvidar que hay que dedicarle mucho más dinero. La salud es prioritaria. Nunca hay que olvidarlo.     



CONTRATO SOCIAL

Las múltiples y solapadas crisis que estamos sufriendo deberían hacernos reflexionar sobre nuestro orden de prioridades. Yo, que soy optimista compulsivo, así lo creo. Pero a veces dudo. ¿Y si volvemos al caos en el que estábamos instalados? Puede ocurrir. Incluso es muy probable que así ocurra. La irrupción del virus ha roto muchos de los equilibrios inestables en los que estábamos instalados. No todo son zonas de confort. Hay gente que vivía mal, y ahora vive peor. El SARS-Cov-2 puede matar, pero no acaba con las clases ni sus luchas, en sus variadas formas. Para hacer posible la convivencia entre diferentes intereses, Rousseau y otros ilustrados definieron el Contrato Social. Lista de derechos y deberes que da la condición de ciudadanía. Una nueva forma de ver el Estado. Lejos del voraz Leviatán, el Estado puede garantizar la supervivencia de quienes menos tienen. La Renta Básica Universal (RBU) da a toda persona, sea cual sea su condición y riqueza, una paga extra. El Ingreso Mínimo Vital (IMV) que entrará en vigor en pocas semanas, permitirá que las personas más vulnerables dejen de estarlo. Dará a quienes están en riesgo de exclusión un mínimo para vivir. Y es que la crisis sanitaria ha acentuado la desigualdad social que las otras crisis habían acelerado. El IMV es un plan de emergencia sólo para quienes menos tienen. Es parte del nuevo Contrato Social cuya urgencia nadie pone en duda. No es la única urgencia que atender. Y no da igual quién aplique la cura. Las derechas sabemos lo que hacen: adelgazar el Estado, reducir las ayudas a la gente y dárselas a la Banca, privatizar servicios públicos para hacer de la salud un bien de acceso sólo para ricos. Cómo si ya no lo fuera. Y así todo. Aplican las recetas ultraliberales siempre que pueden. Por eso están rabiosos. Ahora no pueden aprovecharse del shock colectivo que es la pandemia, para aplicarlas. Lo dijo Naomi Klein en La doctrina del shock: “siempre que los gobiernos han impuesto programas de libre mercado de amplio alcance han optado por el tratamiento de choque que incluía todas las medidas de golpe”. Terapia de shock, la llaman.          



CAZUELAS

Vacías en los barrios populares. Llenas de odio en los barrios con mayor renta per cápita del país. Calladas las primeras, vociferantes las segundas. Unas de pobres, otras de gentes con la despensa llena. Con las cazuelas vacías no hay libertad. ¿Quién inventó la lucha de clases? Ladran pocos, pero arman mucho ruido. La gran mayoría cabalga en silencio y con temor el caballo salvaje de la Covid-19. La excusa es la economía. “Sin empleo no hay recuperación”, dice Patricia Botín, presidenta del Banco Santander. Tiene razón sólo en parte. El empleo es condición necesaria pero no suficiente. Tener empleo no garantiza salir de la pobreza, ni una recuperación justa. Sobran los ejemplos. Para gentes como los Botín, Koplowitz, Roig, … recuperar es volver a desmesuradas tasas de beneficio, a que los ricos tengan más, a ampliar la desigualdad. No todo el mundo tiene la misma idea de qué es la recuperación. La pandemia iguala, pero no tanto.

URBANO GARCIA


Imagen: Crematorio de València. Urbano García

martes, 12 de mayo de 2020

FASES


Todo el mundo está ansioso por terminar el confinamiento. Pero hay que salir con precaución, el virus sigue ahí, como antes de la cuarentena. Con el obligado encierro hemos evitado que colapse el sistema sanitario. No es poco. Nuestra loada sanidad está escuálida tras décadas mal financiada, haber soportado recortes brutales y ser engullidas sus áreas más rentables por la insaciable sanidad privada. Ahora, más de media España anda reencontrándose en la primera fase. Y es que para los anhelados encuentros no hace falta llegar a la tercera. En la primera ya podemos encontrarnos con amigos y familiares sentados en una cafetería o en las casas. Recomponemos el distanciamiento social, mientras mantenemos el físico. Conviene no olvidar que conservar la distancia interpersonal es la mejor forma de mantener a raya al bicho de nombre SARS-Cov2, sin “d”, para evitar ignorancias como la de Santa Ayuso de IFEMA. ¡Ah!, y llevar puesta la mascarilla. Por respeto a los demás, claro. Asumiremos nuevas costumbres orientales, como asumimos en la Edad Media la higiénica costumbre musulmana de rendir culto al agua. Lo que no asumimos bien es la incertidumbre y la frustración. Nos vendieron que tras correr como si no hubiese un mañana, saldríamos del nido como recién nacidos. Pero no hemos pasado de fase. ¡Ridícula competición! La salud es lo primero.

DESFASADOS
               La peor parte se la llevan quienes estaban listos para subir las persianas y reincorporaron a muchos de sus trabajadores. El Conseller Climent ha anunciado que se corregirán los efectos negativos de la falsa salida y los ERTE anulados antes de tiempo será prorrogados. El paso de fase asimétrico abrió la caja de Pandora de los agravios comparativos. ¿Cómo es posible que el País Vasco sí y el Valenciano no? Aquí hay mejores datos que allí. La clave está en el % de población testeada. Superior en Euskadi. Dice Ximo Puig que ese dato se valoró a última hora. No lo pongo en duda. Pero llueve sobre mojado. El País Valenciano ha sido moneda de cambio demasiadas veces. Sang d’orxata, dicen. Echamos de menos un grupo parlamentario en el Congreso que haga valer los intereses valencianos por encima de otras componendas. A ver si Compromís sale de su ostracismo. Si el primer envite necesitó soluciones globales, el segundo, la desescalada, precisa un ajuste más fino. La estructura autonómica del Estado debe ser el bisturí. Pero ha mostrado sus debilidades. Federal sin llegar a serlo, el Estado también precisa un ajuste. Acabar la tarea iniciada en 1978. Ahí lo dejo. Sin olvidar el discurso del método, estaría bien mejorar la transparencia y la comunicación. Habrá que hacerlo.

LA SALUD, PRIMERO      
Tampoco es fácil gestionar las contradicciones. Ahora que el primer golpe de la emergencia sanitaria está más controlado, hay que decidir entre salud y economía. Un dilema digno del Séptimo sello. Sin olvidar la primera hay que atender la segunda. Un poco de calma no viene mal. Lo peor es precipitarse. Tras el Armagedón, las cenizas. Tras el confinamiento doméstico nos damos de bruces con el modelo económico que teníamos, pero más debilitado. La misma dependencia del sol y el turismo. La misma anemia industrial. La misma dependencia energética. Un modelo de empleo estacional y lastrado por altas tasas de paro. Las mismas ridículas inversiones en investigación y ciencia. La misma brecha salarial. Las mismas tasas de beneficios de empresas tecnológicas que cotizan en paraísos fiscales. La misma jerarquía católica que paga en rogativas, pero no en Hacienda. La misma deslocalización de industrias básicas. Los mismos desorbitados gastos militares… ¿Seguir con lo mismo o mejorar? Ese es otro dilema.
No hay que reconstruir lo inútil, ni hacer “callejones sin salida”. Tal vez sea un buen momento para invertir en proyectos con y para el futuro. Y estoy pensando en las energías renovables, por ejemplo. Y en la rehabilitación de viviendas, ahora que somos más conscientes de sus carencias. Haciéndolas más sostenibles y adaptándolas al teletrabajo, no sólo al de oficina, también al académico y escolar. Y repensar las ciudades, ahora reconquistadas por y para el peatón. Abrir más espacios verdes para su disfrute, más plazas para el reencuentro, más conectadas con su entorno, menos contaminadas. Ciudades para vivirlas más y sufrirlas menos. ¿Cuento de la lechera? Tal vez. Habrá que ponerse manos a la obra para que quienes hacen negocio a costa de nuestro futuro no se adelanten.
 URBANO GARCIA
Imagen: Encuentros en la primera fase. EFE

martes, 5 de mayo de 2020

NORMALIDAD ANORMAL


¿Volvemos a la anormal normalidad o a la normal anormalidad? ¿Qué es normal? ¿Qué es la nueva normalidad? ¿A qué normalidad volvemos? ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos? Demasiadas preguntas para después de una cuarentena que ya es cincuentena. Ni era normal la situación de la que partíamos, ni lo será a la que salgamos. Hace tiempo que la idea de normalidad está sobrevalorada. No debería ser normal conformarnos con que la crisis climática es imparable, por ejemplo. No es normal pensar que todo está predeterminado. Tampoco lo es sustituir el determinismo mesiánico por el conspiranoico. Ambos oscurantismos han sido arrinconados por la razón de la ciencia. Otra cosa es considerar normal lo anormal. El ser humano es flexible, se adapta a lo mejor y a lo peor con sorprendente rapidez. Casi como un virus.



CIUDAD

               ¿Es normal que casi todo el espacio público de la ciudad esté ocupado por vehículos? De pronto nos hemos dado cuenta: coches vacíos o con un solo pasajero ocupan calles y plazas. Los peatones son obligados a deambular por estrechas aceras esquivando bolardos, farolas y marquesinas, cuando no toca surfear entre las sillas de alguna terraza que ocupa más espacio del permitido. La restricción de la movilidad a que obliga la pandemia nos ha descubierto el encanto de una ciudad vacía de coches y menos contaminada. La salida del nido en el que estábamos confinados nos ha revelado el poco espacio que tenemos los peatones. Obligados a guardar un distanciamiento físico, que no social, nos hemos percatado de que la ciudad no es para caminantes. Hay que repensarla. Tras la pandemia vendrá la reconstrucción. Y habrá que replantear cómo potenciar el transporte público frente al privado. Cómo fomentar una movilidad más sostenible y menos contaminante. Cómo devolver al peatón su espacio urbano. Hace tiempo que asociaciones cívicas como Desayuno con viandantes, Salvem el Botànic, recuperem ciutat o València per l’aire abrieron el debate sobre la València que tenemos y la que necesitamos. Un tema presente en la agenda de los equipos municipales del cambio desde que llegaron al gobierno del Cap i casal, allá por 2015. Buena muestra de ello son los planes de remodelación de la plaza de la Reina, de Brujas o la peatonalización de la del Ayuntamiento. También la voluntad de potenciar la EMT, a pesar de no contar con la financiación que tienen otras capitales. Y apostar por la bici. ¿Suficiente?, posiblemente no. Tal vez éste sea un buen momento para hacer una apuesta valiente por la València del futuro. Para hacer una València más verde y saludable.



PLAN DE EMERGENCIA

               Toda crisis deja un paisaje arrasado. La crisis de la Covid-19 no es la primera ni será la última. Tras la financiera de 2008, muchos ciudadanos se quedaron en la cuneta. Era prioritario salvar a los bancos, y se abandonó a las personas. Aquel plan de salvación bancaria llevó el cuño de la derecha, aunque una parte de la izquierda diera su visto bueno. No podemos caer en el mismo error. A lo mejor eso es lo que cabrea a la derecha, la imposibilidad de aprovechar el shock de la pandemia para aplicar sus políticas ultraliberales. Lo hacen allí donde pueden. No hay más que mirar a Madrid para ver qué proponen. Aún estaban calientes las camas de IFEMA y la presidenta Ayuso anunció el despido de cientos de sanitarios que sacaron adelante este hospital de campaña. ¡Poca vergüenza! Es más, Madrid es donde menos se invierte en sanidad (3,5% del PIB) y donde más recursos se transfieren de la sanidad pública a la privada. Es el modelo del PP. Aquí conocemos esa receta. El hospital de Alzira fue pionero y creó escuela. Habrá que seguir revertiendo esas políticas.

Ahora, tras la gran devastación, el sector público volverá a ser el ariete para superar la crisis, como lo fue tras el crac del 29, o tras la II Guerra Mundial. En la primera, Roosevelt lanzó su New Deal y sacó a EEUU de una profunda depresión. Después del desastre bélico mundial, la inyección de dinero americano ayudó a poner en marcha el Welfare State, el Estado del Bienestar. Ahora toca lidiar con un crac económico y una pandemia. También se solapan otras crisis además de la sanitaria, como la climática, o el cambio del modelo productivo. Por eso se habla de un Green New Deal, un plan para el mañana que empieza hoy.  

URBANO GARCIA




Imagen: Vista de la Albufera de Valencia ANTONIO CARNICERO MANCIO (1748-1814).