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miércoles, 4 de julio de 2012

CUANDO FLORECE EL LIMONERO

Adelantaron la primavera. Llenaron las calles de libros. Levantaron su voz en medio del silencio de los corderos. Apenas habían pasado unos pocos meses desde que la derecha de todas las derechas se había hecho con casi todos los resortes del poder, y ellos, los jóvenes estudiantes de secundaria, demostraron que una cosa era vencer y otra convencer. A ellos, a los estudiantes, no les convencían unas políticas, las del PP, que amenazan con segar su futuro. Les siguen sin convencer. Nacidos en democracia, no temen alzar su voz para reclamar lo que consideran que les pertenece. Porque la enseñanza pública es de toda la sociedad. Velar por su calidad es un deber democrático. Qué difícil debe ser explicar en clase que algunos derechos consagrados en la Constitución son papel mojado. Qué difícil es explicar en casa que la obligación de todo estudiante es formarse una conciencia crítica con el mundo que le rodea. En eso consiste la esencia del buen aprendizaje. Eso, la conciencia, es lo que nos hace más humanos. 
 A mediados de febrero, la mecha prendió en el Luis Vives. Podía haber sido en cualquier otro Instituto de Enseñanza Media. Los estudiantes del Enric Valor de Castalla combatieron con mantas un frío enero sin calefacción por los recortes en la enseñanza. Y los de Serra Mariola de Muro de Alcoi, y los de Malilla, y muchos más. Con lo que daba la Consellería a los  Institutos no había para pagar todo el consumo eléctrico. A veces, ni para comprar papel higiénico. La imagen de alumnos y alumnas tapados hasta la cabeza y sentados en sus pupitres encendió la red. Internet se convirtió en el altavoz necesario para hacer visible una estampa casi de posguerra. Una vergüenza para quien consentía semejante penuria. 
 Los estudiantes del Luis Vives decidieron reeditar la serie Al salir de clase. Pero en vez de irse de juerga se sentaban en medio de la calle y hablaban de los problemas que tenía su Instituto, de las cosas que les preocupaban, de su futuro… Hasta que un día la policía cargó con saña contra ellos. Contra ellos y contra muchos viandantes que pasaban por la calle Xàtiva. De nuevo las imágenes de las cargas encendieron la red. Imágenes captadas con teléfonos móviles. Testigos fieles de una brutalidad que rayaba el sadismo. Y empezaron las detenciones. Y con ellas la espiral de la tensión fue creciendo. Toda la oposición pidió la dimisión de los responsables de la salvajada.
  La Delegada del Gobierno, Paula Sánchez de León, apareció en rueda de prensa flanqueada por el Jefe Superior de Policía, Antonio Moreno, quien, tal vez eufórico por el momento de gloria que vivía, calificó a los estudiantes de “el enemigo”, para justificar su negativa a dar información a los periodistas. Para entonces, decenas de estudiantes habían pasado por los calabozos de la comisaría de Zapadores. Uno de los primeros fue Albert Ordóñez, presidente de la Federación Valenciana de Estudiantes. Hubo más, muchos más. Y a todos los acusaban de alteraciones del orden público, de desobediencia a la autoridad, incluso de resistencia a la policía. Sin pruebas, claro. La palabra de un policía, cuyo número nunca estaba visible durante la carga, contra la de un estudiante que reivindicaba de forma pacífica su derecho y el nuestro a protestar contra la injusticia.

Fue retirarse la policía y terminar los problemas de orden público. Habría que preguntarse quién era realmente el que causaba esos problemas. 
Ahora, muchos meses después, caen sobre los estudiantes sanciones y denuncias ante el juzgado por unos hechos que anunciaron la primavera valenciana. Se ha creado hasta una plataforma cívica contra la represión. Recurrir al miedo para mantener la sumisión, a veces da resultado. Otras, se vuelve contra el aprendiz de brujo que sueña con siervos y se encuentra con mujeres y hombres que defienden la libertad de florecer cuando les plazca, como el limonero.
URBANO GARCIA  

Fotos: Urbano García

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