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miércoles, 4 de julio de 2012

EL DEBATE

 

Las mayorías absolutas engendran monstruos. Partiendo de que las generalizaciones siempre son odiosas, esa es la conclusión a la que se llega tras apenas unos meses de gobierno del PP por mayoría absoluta. Y es que nunca se había visto tanta saña en destruir los avances democráticos del país. Franco lo logró después de un golpe de estado y tres años de guerra. Mariano lo está consiguiendo a fuerza de callar, mentir, y atemorizar. Claro que con la que está cayendo, ¿a quién le importan los derechos democráticos? Cuando falta lo esencial, muy pocos se preocupan de lo aparentemente secundario. Pero, ¿realmente es secundaria la democracia? Por la falta de respuesta ciudadana ante su secuestro parece que sí. Viene a cuento todo este circunloquio por la negativa de Rajoy y su cohorte a convocar el debate sobre el Estado de la Nación. A lo mejor es que les parece baladí todo lo que está ocurriendo. ¿Qué más tiene que pasar? Ya tenemos el país intervenido, la deuda desbocada, la prima de Rajoy subiendo como la espuma, el Producto Interior Bruto precipitándose a profundidades abisales, el paro desbordando todas las previsiones, el consumo interno en estado catatónico,… Claro, se me dirá que éstas son causas exógenas, para nada atribuibles a Mariano, a De Guindos, Cospedal, Santamaría, La Pinta o La Niña. Lo que sí es de cosecha “pepera” es el brutal recorte en prestaciones sociales, una reforma laboral generadora de más paro, la amnistía fiscal para los defraudadores, la solicitud de una línea de crédito –eufemismo para encubrir el rescate- para financiar la banca, la disminución de inversiones en sanidad y educación, la anulación de las ayudas a sectores desprotegidos,… y un largo etcétera que solo sirve para socavar, más si cabe, el necesario contrato social que da estabilidad, seguridad y crecimiento a un país. El mal y el supuesto remedio se realimentan precipitándonos hacia abajo por la inclinada pendiente de la depresión.                

EMERGENCIA
                Casi todo el mundo coincide en calificar la situación nacional como mala, muy mala, de extrema gravedad. Cuando los índices sobre el estado de salud de un país son tan preocupantes como los nuestros, lo principal es sanar al enfermo y no sajarle o practicarle sangrías que debiliten aún más su maltrecho estado. Aunque a todo nos acostumbramos, es difícil hacerlo tras muchos “viernes de recortes” seguidos de “lunes negros”. El enfermo cada vez está más débil. Para empeorar las cosas, se administra al paciente más ricino a modo de perversa dosis de shock. Y el enfermo empeora. Por eso es tan importante buscar otras terapias alternativas mientras haya remedio.
                Casi todo el mundo coincide en calificar la situación valenciana como mala, muy mala, de extrema gravedad. Cuando los índices sobre el estado de salud de un país son tan preocupantes como los nuestros, lo principal es sanar al enfermo. Y para ello es urgente cambiar de tratamiento. El deterioro de la salud democrática del País Valenciano no ha hecho más que empeorar con la crisis. Con ella nuestras carencias son más visibles. Nuestros déficits más dramáticos. Los problemas no son nuevos. El PP gobierna desde hace mucho. Sus políticas han ido socavando las bases de nuestra economía hasta casi anular su capacidad de recuperación. Hace tiempo que las soluciones que ofrece el PP valenciano están agotadas. A la lechera se le rompió su cántaro y el cuento se tornó pesadilla. Durante mucho tiempo, demasiado, se legisló a favor de la especulación inmobiliaria. Se coparon los consejos de administración de los bancos para poner el capital financiero al servicio de la megalomanía, primero de Zaplana, luego de Camps. Y lo peor, se hizo de la mayoría absoluta una mordaza para acallar las voces críticas. Se transigía con la corrupción usando las urnas como bula. No hay más que repasar el caso Fabra, Carlos, para ver la magnitud del desastre. De aquellos polvos estos lodos. Por mucha voluntad que ponga Alberto Fabra en sanear su corral, llega tarde. Ahora no le queda más remedio que transigir con lo que tiene, aunque no le guste. La evolución del caso Blasco y su repercusión en el PP valenciano es un buen termómetro para medir el estado de salud del cadáver. O casi. No hiede, es verdad, pero hay partes que ya están agusanadas.

REGENERACIÓN
                Nunca nuestra democracia se había deteriorado tanto en tan poco tiempo. Perdemos libertades a la par que derechos. Aumenta la represión a la par que el descontento. Así se pretende acallar la creciente indignación. Por eso es tan urgente una regeneración democrática. Un nuevo pacto social que restablezca los equilibrios rotos, que cauterice las heridas infringidas, que consagre el diálogo como forma de actuación, que destierre el ordeno y mando, que vuelva  a poner la Política, así con mayúscula, en el puesto de mando y que erradique los trapicheos, nepotismos, opacidades, y autismos de la vida política, ésta sí con minúscula, española y valenciana. Claro que para que todo eso sea posible, hace falta que la izquierda dialogue y busque puntos de confluencia, y quienes votaron a la derecha reflexionen sobre dónde nos está llevando su decisión. No es fácil. Mucho más fácil es dejarse arrastrar por la corriente hasta caer en el abismo.       
URBANO GARCÍA

Fotos: Urbano García 

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