“Dime Pedro, ¿qué es una nación?” La pregunta de Patxi
López a Pedro Sánchez durante el debate de las primarias socialistas no era
inocente. Pedro titubeó. No estaba seguro de acertar en la respuesta. Por un
momento se apoderó de él un pánico escolar. El miedo incontrolable del alumno
ante el examen. El temor a no dar con la contestación adecuada ante un profe
licenciado en patrias.
Si nos atenemos al origen de la palabra, nación
viene de lugar de nacimiento. Nadie se conforma con una definición tan pobre. No
hay que remontarse a la revolución cognitiva para encontrar significados más
adecuados. Aunque esa revolución neolítica explica bastante el arraigo del
sentimiento de pertenencia ligado al clan y a la tribu. Pueblo, nación, patria,
¿son sinónimos? Seguro que no. Como mucho son interdependientes. La fuerza del
sentimiento de pertenencia facilitó en
el siglo XVIII, en Francia, acabar con l’Ancien
Régime e implantar un nuevo orden basado en una idea de nación bajo los ideales
ilustrados de libertad, igualdad y fraternidad. Los tres pilares de la
revolución burguesa de los que pronto fue descolgado el afán igualitario. Lo
analiza con detalle Gonzalo Pontón en La lucha por la desigualdad. Por
tanto, la idea de nación, además de un sentimiento de pertenencia, es una
construcción intelectual, un relato. Tal vez por eso necesita himnos, banderas,
símbolos y rituales para reconocernos en él. Para dar cuerpo a la ficción.
¿Es suficiente una lengua y una historia comunes
para ser una nación? No, aunque son importantes. Considerando todos estos
elementos, ¿el País Valenciano es una
nación? Para muchos, sí. Falta el impulso político para elaborar un relato atractivo
capaz de sumar voluntades.
Hace unos días, Pedro Sánchez volvió a perderse en
la tradición al dejar fuera de su listado de posibles naciones con derecho a serlo
a la nación valenciana. ¿Desliz, mala fe o ignorancia?
HEGEMONÍAS
Para construir una nación es necesario que la
mayoría de la ciudadanía y de su representación política así lo quieran. Condición
necesaria pero no suficiente si lo que se busca es constituirse como Estado. En
el siglo XXI y en un mundo globalizado hace falta tener un cierto
reconocimiento internacional. Muchas naciones se convirtieron en Estados independientes
tras la ola descolonizadora de los
años 40’, 50’ y 60’. A la fuerza o tolerada, la autodeterminación de los pueblos
se impuso. El Estado Autonómico no es fruto del colonialismo imperial, pero su
anclaje en la Constitución del 78 complica cualquier cambio del statu
quo. La actual situación de Catalunya es fruto del choque de dos
concepciones antagónicas. La representada en el Estado por un PP centralista y
autoritario, y la competencia por la hegemonía en territorio catalán entre un partido
de la burguesía descabezado por corrupción y otro aspirante a tomar el relevo, la
histórica ERC de Luis Companys. La espiral de despropósitos ha ido in crescendo desde la recogida de firmas en 2006 del PP contra
el Estatut, su “pulido” por el PSOE y
su definitiva amputación por el Tribunal Constitucional. Aquellos polvos
trajeron el lodazal en el que ahora estamos. Tras el éxito en la movilización
de la Diada y la parálisis política de
Rajoy, algunos analistas llegan a la conclusión de que tras el 1º de Octubre la
única salida es adelantar las elecciones autonómicas. El bloque soberanista
lleva las de ganar. Durante más de una década está acumulando fuerzas y ganando
apoyos. ¿Y qué piensa hacer el PP? Rajoy hará lo que nos tiene acostumbrados,
nada. O peor, convertir Catalunya en el enemigo a batir para ganar apoyos en el
resto del Estado. El tiempo se agota y el margen para las soluciones políticas se
reduce.
ACCIÓN/REACCIÓN
Desde que Rajoy está en la Moncloa, los agravios territoriales
han ido en aumento. El PP no ha asimilado el Estado Autonómico y su lógica evolución.
El frágil equilibrio en el reparto del poder entre las estructuras central y territorial
depende de la capacidad de diálogo e innovación. El PP ha demostrado no tener
ninguna de esas dos cualidades. Su pérdida de poder autonómico, tras años de corruptelas
–como bien sabemos en tierras valencianas-, la vengó recortando las
transferencias económicas que hacen viable el Estado del Bienestar. El ahorro
de Montoro consiste en centrifugar la austeridad hacia las autonomías. El déficit en la financiación ha aumentado
la deuda hasta hacer casi inviable el propio Estado Autonómico. Y encima la
Diputación de Alicante anuncia un recurso contra à., la aún nasciturus nueva RTVV. Da la impresión de que al PP le
molesta quienes no comulgan con su ideario. Som
una nació y si no lo somos, por este camino pronto lo seremos.
URBANO GARCIA