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miércoles, 13 de septiembre de 2017

SOM UNA NACIÓ

Dime Pedro, ¿qué es una nación?” La pregunta de Patxi López a Pedro Sánchez durante el debate de las primarias socialistas no era inocente. Pedro titubeó. No estaba seguro de acertar en la respuesta. Por un momento se apoderó de él un pánico escolar. El miedo incontrolable del alumno ante el examen. El temor a no dar con la contestación adecuada ante un profe licenciado en patrias.
                  Si nos atenemos al origen de la palabra, nación viene de lugar de nacimiento. Nadie se conforma con una definición tan pobre. No hay que remontarse a la revolución cognitiva para encontrar significados más adecuados. Aunque esa revolución neolítica explica bastante el arraigo del sentimiento de pertenencia ligado al clan y a la tribu. Pueblo, nación, patria, ¿son sinónimos? Seguro que no. Como mucho son interdependientes. La fuerza del sentimiento de pertenencia facilitó  en el siglo XVIII, en Francia, acabar con l’Ancien Régime e implantar un nuevo orden basado en una idea de nación bajo los ideales ilustrados de libertad, igualdad y fraternidad. Los tres pilares de la revolución burguesa de los que pronto fue descolgado el afán igualitario. Lo analiza con detalle Gonzalo Pontón en La lucha por la desigualdad. Por tanto, la idea de nación, además de un sentimiento de pertenencia, es una construcción intelectual, un relato. Tal vez por eso necesita himnos, banderas, símbolos y rituales para reconocernos en él. Para dar cuerpo a la ficción.
                  ¿Es suficiente una lengua y una historia comunes para ser una nación? No, aunque son importantes. Considerando todos estos elementos, ¿el País Valenciano es una nación? Para muchos, sí. Falta el impulso político para elaborar un relato atractivo capaz de sumar voluntades.  
                  Hace unos días, Pedro Sánchez volvió a perderse en la tradición al dejar fuera de su listado de posibles naciones con derecho a serlo a la nación valenciana. ¿Desliz, mala fe o ignorancia?

HEGEMONÍAS
                  Para construir una nación es necesario que la mayoría de la ciudadanía y de su representación política así lo quieran. Condición necesaria pero no suficiente si lo que se busca es constituirse como Estado. En el siglo XXI y en un mundo globalizado hace falta tener un cierto reconocimiento internacional. Muchas naciones se convirtieron en Estados independientes tras la ola descolonizadora de los años 40’, 50’ y 60’. A la fuerza o tolerada, la autodeterminación de los pueblos se impuso. El Estado Autonómico no es fruto del colonialismo imperial, pero su anclaje en la Constitución del 78 complica cualquier cambio del statu quo. La actual situación de Catalunya es fruto del choque de dos concepciones antagónicas. La representada en el Estado por un PP centralista y autoritario, y la competencia por la hegemonía en territorio catalán entre un partido de la burguesía descabezado por corrupción y otro aspirante a tomar el relevo, la histórica ERC de Luis Companys. La espiral de despropósitos ha ido in crescendo desde la recogida de firmas en 2006 del PP contra el Estatut, su “pulido” por el PSOE y su definitiva amputación por el Tribunal Constitucional. Aquellos polvos trajeron el lodazal en el que ahora estamos. Tras el éxito en la movilización de la Diada y la parálisis política de Rajoy, algunos analistas llegan a la conclusión de que tras el 1º de Octubre la única salida es adelantar las elecciones autonómicas. El bloque soberanista lleva las de ganar. Durante más de una década está acumulando fuerzas y ganando apoyos. ¿Y qué piensa hacer el PP? Rajoy hará lo que nos tiene acostumbrados, nada. O peor, convertir Catalunya en el enemigo a batir para ganar apoyos en el resto del Estado. El tiempo se agota y el margen para las soluciones políticas se reduce.

ACCIÓN/REACCIÓN         
                Desde que Rajoy está en la Moncloa, los agravios territoriales han ido en aumento. El PP no ha asimilado el Estado Autonómico y su lógica evolución. El frágil equilibrio en el reparto del poder entre las estructuras central y territorial depende de la capacidad de diálogo e innovación. El PP ha demostrado no tener ninguna de esas dos cualidades. Su pérdida de poder autonómico, tras años de corruptelas –como bien sabemos en tierras valencianas-, la vengó recortando las transferencias económicas que hacen viable el Estado del Bienestar. El ahorro de Montoro consiste en centrifugar la austeridad hacia las autonomías. El déficit en la financiación ha aumentado la deuda hasta hacer casi inviable el propio Estado Autonómico. Y encima la Diputación de Alicante anuncia un recurso contra à., la aún nasciturus nueva RTVV. Da la impresión de que al PP le molesta quienes no comulgan con su ideario. Som una nació y si no lo somos, por este camino pronto lo seremos.
URBANO GARCIA

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