Nadie dijo que fuera fácil la construcción de una
estructura federal. Desde que Alemania y Francia decidieron unir sus intereses
y sus esfuerzos para hacer una gran comunidad europea del carbón y del acero,
hasta lo que ocurrió el lunes 20 de julio, ha llovido mucho en el viejo
continente. Más de una vez, la Unión Europea -ahora más unión que nunca- se
asomó al abismo de su desintegración, desde el ya lejano 25 de marzo de 1957 en
que se firmó el Tratado de Roma, primitivo embrión de lo que hoy llamamos simplemente
Europa. Las dificultades siempre se superaron con diálogo y más diálogo. Tal
vez ese sea el secreto para poner de acuerdo a 27 estados con sus filias y sus
fobias, con sus dinámicas internas y sus dependencias externas. Tener una
moneda única ayuda, aunque a veces parece lo contrario. El caso es que las
decisiones políticas, pero sobre todo las económicas, unen más que una maroma
de barco. Los anteriores intentos de unión siempre estuvieron presididos por
una bota militar. La de las tropas napoleónicas o las del fascismo rampante. Tras
comprobar la brutalidad de la milicia en esa larga guerra civil que ocupó la primera
mitad del siglo XX, los europeos optaron por resolver sus conflictos con el
arma de la palabra y no con otras armas menos inofensivas. Y llegados a este
punto, de nuevo surge el eterno debate: ¿federados o confederados? La larga
cumbre de julio también fue un pulso entre los pequeños y los grandes, entre
los países con más población y PIB, y los menos poblados y con menor peso
económico, países pequeños, pero no por ello con menor renta per cápita. Unos
acostumbrados a imponer su voluntad, otros habituados a ser comparsa. Un país,
un voto. Parece justo. ¿Pero es justo que la suma de pequeños Estados frene el
avance de la mayoría de la población? ¿Cómo ir hacia un mayor federalismo cuando
hay grandes diferencias entre los federados?
DE
LO MACRO A LO MICRO
El debate federal no es nuevo en
la construcción europea. Ya se planteó cuando se quiso dotar al espacio europeo
de una Constitución que marcase derechos y deberes. Algunas contradicciones se han
resuelto acudiendo a instancias menores, a los Estados nación. Pero no siempre
funciona. ¿Qué ocurre cuando la mayoría de la ciudadanía de un Estado decide de
forma diferente a las mayorías del resto de Estados? ¿Existe el derecho a la
secesión? ¿Es justa la dictadura de la mayoría? ¿Es justo el veto de la minoría?
Lo que sirve para la UE también es útil en ámbitos más pequeños. Es fácil
rastrear temas similares en la política española. La estructura cuasi federal
de nuestro Estado plantea debates parecidos, salvando las distancias, claro. El
Estado Autonómico no deja de ser un invento made in Spain, un quiero y
no puedo. Una clara ruptura del estado unitario franquista, pero sin apostar
claramente por una alternativa federal. Y ahora, ¿hacia dónde vamos? Las
autonomías, apuntadas en la Constitución del 78, han madurado y han introducido
dinámicas propias que exigen soluciones más federales, además de una urgente
revisión de la Carta Magna.
Y en eso llegó el Sars-Cov-2 y mandó parar. Para combatir
mejor la pandemia se centralizaron decisiones, sanitarias y políticas. Y se amplió
el marco para su resolución, al menos hasta vencer el pico de contagios. Lo
urgente era evitar el colapso. ¿Lo hemos conseguido? Parece que sí, al menos
por ahora. Y llegó la desescalada. Se devolvió a las autonomías su capacidad de
decisión. ¿Tienen medios para seguir afrontando el reto? Las respuestas han
sido desiguales, como desigual es el impacto territorial de la pandemia. Y no
todas las autonomías disponen de los mismos recursos. Ahí llegamos al meollo de
la cuestión, a nuestro meollo. Al déficit acumulado en la financiación valenciana.
Nos pasa como a algunos países europeos. Hay territorios más ricos que otros,
más poblados, más industriales, … también mejor financiados. Algunos, además,
hacen dumping fiscal. Facilitan la instalación de empresas a cambio de pagar
menos impuestos. Vamos, como Luxemburgo, Holanda o Irlanda sin ir más lejos.
Pues eso hace Madrid. A las ventajas de ser capital del Estado y autonómica (sobredimensión
digna de un régimen centralista) suma privilegios fiscales de poca
justificación. Y aquí no hay como en la Unión Europea cheques compensatorios.
Al día siguiente del gran acuerdo
en Bruselas, volvió a escenificarse en la Carrera de San Jerónimo el desacuerdo
español. El drama de una derecha que rechaza el ejemplo europeo y prefiere mirarse
en el espejo de la madrastra de Blancanieves, para verse más diestra y
siniestra de lo que a los empresarios les conviene y el país necesita.
URBANO GARCIA
Imagen: Madrastra de Blancanieves
frente al espejo mágico. Disney.