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martes, 26 de enero de 2021

EMPACHO


“Empachado”, así confesó Iñaki Gabilondo encontrase el día que se despidió de su columna diaria en la SER. Fue el lunes 11, con el país congelado por Filomena y aún bajo el shock de ver a los bárbaros asaltando el Capitolio de EEUU. Hay empacho y hartazgo. La pandemia no ha rebajado ni un ápice la bronca política, más bien al contrario, ha disminuido el nivel de tolerancia y todo el mundo anda con el ánimo mucho más irascible. Dudo que la salida de Trump de la Casa Blanca sirva para reducir la crispación. Todo es política, hasta lo que hacen los políticos. Sea Trump o su porquero. El magnate y showman nunca distinguió los límites entre sus negocios y su actividad política, entre su neoyorkina torre dorada y la Casa Blanca, entre las verdes praderas de sus campos de golf y Central Park, entre su gabinete de prensa y su cuenta de Twitter. Cerradas las puertas de las principales redes sociales, ¿dónde trasladará Trump sus fake news?

EMOCIONES

                La era internet fundió el pensamiento sólido. Ya lo predijo Bauman hace años. Las redes han construido realidades paralelas, falsos mundos que diluyen las fronteras entre realidad y ficción. Al tiempo que las ideas se licuan, dan paso a estructuras mentales más simples, cuyo tamaño permite encerrarlas en los 280 caracteres actuales de un tuit. Así construyó Trump su era que quedó en cuatrienio. Así construyen la extrema derecha y la derecha extrema sus discursos, a golpe de tuit. Para reducir la complejidad de la sintaxis nada mejor que acudir al lenguaje emocional. Con un emoticón está todo dicho, ¿para qué más?

Pero el lenguaje emocional encierra peligros. Las emociones son cajas de Pandora repletas de sorpresas. Se han adueñado del discurso político, como analiza Toni Aira en La política de las emociones. Dice Aira que ahora se personaliza más, que los liderazgos -con frecuencia también mediáticos- vuelven a ser importantes, que la simplificación y el impacto emocional alimentan el magma del populismo. No hay más que asomarse a la ventana de la actualidad para percatarnos de esa deriva. Discurso emocional frente al racional. La fórmula no es nueva. Lo nuevo son los métodos. Ahora hay altavoces mediáticos que amplifican y repiten hasta la saciedad cualquier ocurrencia, por estúpida que sea. Sobre todo, si es de alguien con mando en plaza. La nieve que nos dejó Filomena, y la compensación por las pérdidas, se ha sumado a la lista de supuestos agravios que sufre la capital del Reino. Ese diferente trato sí que indigna.        

LA OLA       

No sé si estamos en la tercera o en la cuarta ola de la pandemia, o si aún no hemos salido de la segunda. He perdido la cuenta. Lo peor es obsesionarse por estar al día en unas curvas que son como la montaña rusa. Los especialistas en epidemias no paran de alertarnos. Los ingresos de hoy en las UCI son los contagios de hace, al menos, un par de semanas. No hay que ser epidemiólogo para ver el resultado de “salvar la Navidad”, como antes vimos “salvar el verano”. Tras un año de pandemia, ya deberíamos conocer cómo se comporta el Sars-Cov-2. Lo indignante es oír a los mismos que ayer se declaraban salvadores de la economía en nombre de la tradición, reclamar hoy el confinamiento.

La pandemia obliga a un difícil equilibrio entre economía y salud. Hay que dar ayudas para mantener la actividad económica. La pandemia también obliga a medir bien las inversiones para no caer en el despilfarro. Un ejemplo: el hospital Isabel Zelda de Madrid. A su inapropiada localización -lejos de cualquier otro centro hospitalario- se suma su falta de personal. Dejando al margen su coste y sobrecostes, no parece que la inversión sea demasiado rentable. En las antípodas, el hospital de campaña levantado al lado de La Fe. La proximidad es la mejor forma de crear sinergias y rentabilizar el dinero público invertido. Habría que valorar esa rentabilidad a la hora de repartir las ayudas del Estado. Lo mismo que habría que tener en cuenta la eficacia a la hora de vacunar. Si hay un protocolo de vacunación es para cumplirlo. No es de recibo que los alcaldes de El Vergel, Els Poblets, Rafelbunyol o La Nucia, entre otros, se salten la lista elaborada por Sanidad. Son cargos públicos, ¿dónde queda su ejemplaridad? Tampoco es presentable que, ante las dificultades de vacunación, en especial con la Pfizer, antes de haber vacunado a todo el personal de las residencias, se esté vacunando a personas de otros grupos. Estas noticias me empachan y me indignan.

URBANO GARCIA

urbanogarciaperez@gmail.com

Imagen: Unidad de Intensivos para enfermos de Covid-19. www.semicyuc.org 

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