EMOCIONES
La
era internet fundió el pensamiento sólido. Ya lo predijo Bauman hace años. Las
redes han construido realidades paralelas, falsos mundos que diluyen las
fronteras entre realidad y ficción. Al tiempo que las ideas se licuan, dan paso
a estructuras mentales más simples, cuyo tamaño permite encerrarlas en los 280
caracteres actuales de un tuit. Así construyó Trump su era que quedó en
cuatrienio. Así construyen la extrema derecha y la derecha extrema sus
discursos, a golpe de tuit. Para reducir la complejidad de la sintaxis nada
mejor que acudir al lenguaje emocional. Con un emoticón está todo dicho, ¿para
qué más?
Pero el lenguaje
emocional encierra peligros. Las emociones son cajas de Pandora repletas de
sorpresas. Se han adueñado del discurso político, como analiza Toni Aira en La
política de las emociones. Dice Aira que ahora se personaliza más, que los
liderazgos -con frecuencia también mediáticos- vuelven a ser importantes, que
la simplificación y el impacto emocional alimentan el magma del populismo. No
hay más que asomarse a la ventana de la actualidad para percatarnos de esa
deriva. Discurso emocional frente al racional. La fórmula no es nueva. Lo nuevo
son los métodos. Ahora hay altavoces mediáticos que amplifican y repiten hasta
la saciedad cualquier ocurrencia, por estúpida que sea. Sobre todo, si es de alguien
con mando en plaza. La nieve que nos dejó Filomena, y la compensación por las
pérdidas, se ha sumado a la lista de supuestos agravios que sufre la capital
del Reino. Ese diferente trato sí que indigna.
LA OLA
No sé si estamos en la
tercera o en la cuarta ola de la pandemia, o si aún no hemos salido de la
segunda. He perdido la cuenta. Lo peor es obsesionarse por estar al día en unas
curvas que son como la montaña rusa. Los especialistas en epidemias no paran de
alertarnos. Los ingresos de hoy en las UCI son los contagios de hace, al menos,
un par de semanas. No hay que ser epidemiólogo para ver el resultado de “salvar
la Navidad”, como antes vimos “salvar el verano”. Tras un año de pandemia, ya
deberíamos conocer cómo se comporta el Sars-Cov-2. Lo indignante es oír a los mismos
que ayer se declaraban salvadores de la economía en nombre de la tradición,
reclamar hoy el confinamiento.
La pandemia obliga a un
difícil equilibrio entre economía y salud. Hay que dar ayudas para mantener la
actividad económica. La pandemia también obliga a medir bien las inversiones
para no caer en el despilfarro. Un ejemplo: el hospital Isabel Zelda de Madrid.
A su inapropiada localización -lejos de cualquier otro centro hospitalario- se
suma su falta de personal. Dejando al margen su coste y sobrecostes, no parece
que la inversión sea demasiado rentable. En las antípodas, el hospital de
campaña levantado al lado de La Fe. La proximidad es la mejor forma de crear
sinergias y rentabilizar el dinero público invertido. Habría que valorar esa
rentabilidad a la hora de repartir las ayudas del Estado. Lo mismo que habría
que tener en cuenta la eficacia a la hora de vacunar. Si hay un protocolo de
vacunación es para cumplirlo. No es de recibo que los alcaldes de El Vergel,
Els Poblets, Rafelbunyol o La Nucia, entre otros, se
salten la lista elaborada por Sanidad. Son cargos públicos, ¿dónde queda su
ejemplaridad? Tampoco es presentable que, ante las dificultades de vacunación, en
especial con la Pfizer, antes de haber vacunado a todo el personal de las
residencias, se esté vacunando a personas de otros grupos. Estas noticias me empachan
y me indignan.
URBANO GARCIA
Imagen: Unidad de Intensivos para enfermos de Covid-19. www.semicyuc.org
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