Hay ocurrencias que nada más plantearlas se convierten
en metáforas de la actualidad. La SuperLiga de los millonarios fue flor de un
día, se marchitó en cuanto los equipos que no forman parte de la reducida élite
de los superricos, levantaron la voz contra una segregación impulsada por
especuladores. La SuperLiga no era más que una Liguilla de los más poderosos,
los que, según el manifasser de la
ocurrencia -digo de Florentino Pérez-, manejan el “negocio”. Los directivos de
estos equipos tienen una visión elitista de la vida. El asunto que se traen
entre manos mueve miles de millones de euros, y millones de voluntades. No hay
estadio lo bastante grande para su ego. Los partidos entre los equipos que
presiden son verdaderos partidos de masas. Desconozco la razón, pero todos los
dictadores anhelan sentarse con ellos. Para el ocio y para el negocio. Franco y
Santiago Bernabéu formaron una extraña pareja, había química, dicen los cursis.
A las dictaduras “castrenses” de las que habla Isabel Bonig les encantan los
espectáculos de masas, y ningún espectáculo más masivo por estos lares que el futbolístico.
La SuperLiga parece sacada del magnífico análisis que hicieron Ariño y Romero en
La secesión de los ricos.
MADRID ALEXANDERPLATZ
Una secesión que parece inspirar también
el programa del PP para Madrid. Últimamente, huele más a la novela de Alfred
Döblin -Berlín Alexanderplatz (1928)- que a churros. El tufo no
es nuevo, cuando lo del “tamallazo” la pestilencia obligó a cerrar puertas y
ventanas. Desde entonces la fetidez reaccionaria ha ido en aumento. El ruido ha
subido tantos decibelios que es insoportable. Madrid me mata, y más en una
campaña parida con fórceps. Antes que los neofranquistas boicotearan el que se
convirtió en frustrado último debate, la cabeza de lista del PP ya lo había boicoteado
negándose a debatir con sus contrincantes. Ambas derechas se realimentaron en
su intención de acabar con los debates. Y lo consiguieron. No le interesa
debatir a quien no tiene programa, o a quien tiene un programa tan reaccionario
que no soporta ni la más mínima confrontación de ideas. ¿Qué ocurre cuando la
antipolítica sabotea los cauces para el debate civilizado? Pues que nos
retrotraemos a momentos predemocráticos poco tranquilizadores. Roto el marco
democrático, ¿qué queda? Los neofascistas saben qué puentes dinamitar para
dinamitarlo todo. Sin debates, con unos medios hablando día y noche de la
presidenta candidata, y el resto de candidaturas casi excluidas del minutado de
los informativos, ¿a quién le interesa la campaña? Desde luego, al PP no.
Las elecciones madrileñas contaminan todo. La polarización en bloques ha sustituido al oxidado bipartidismo. La reducción de los programas a consignas anuncia la jibarización de las mentes. La desaparición de los debates, fruto de una estrategia calculada, deja a la ciudadanía inmune frente al virus de la intolerancia. La democracia está indefensa ante quienes quieren destruirla. Así acabaron con la experiencia democrática de la II República. Casi 85 años después de que un grupo de militares diera un golpe de Estado contra el gobierno legítimo, sigue habiendo nostálgicos de la dictadura de Franco. Algo no habremos hecho bien para que siga supurando ese mal. Habrá que aprender cómo lo hicieron otros.
ABRIL
Otros países superaron la peor página de sus
historias haciendo del pasado memoria. Aquí se decretó el olvido. El 25 de
abril de 1974, la llamada Revoluçao
dos Cravos (la
Revolución de los Claveles), puso fin a la larga dictadura portuguesa
(1925-1974). Ni hubo restauración monárquica ni se decretó el olvido. El 28 de
abril de 1945, el ajusticiamiento de Mussolini y Clara Petacci puso fin al
fascismo italiano (1922-1945). Ni hubo restauración monárquica ni se decretó el
olvido. No son los únicos ejemplos. Aquí, ocurrió lo contrario, se restauró la
monarquía y se decretó el olvido. Nuestra transición de la dictadura a la
democracia fue como fue. A lo mejor no pudo ser de otra forma. De poco sirve
lamentarse. Claro que de aquellos polvos vienen muchos de los lodos en los que
ahora estamos enfangados. Y no sólo en Madrid.
En el nicho de la desmemoria
democrática anidan los nostálgicos del franquismo. Saben que la ignorancia es el
mejor caldo de cultivo para sus recetas de regreso al pasado. A pesar de la
pandemia, ningún pasado fue mejor. Pero a nadie se le escapa que vivimos
tiempos difíciles. Tiempos en que el dolor por las pérdidas y la angustia ante
la incertidumbre causada por un virus aún imprevisible, son sustituidos por las
certezas de unas vacunas eficaces y una respuesta internacional que evita caer
en antiguos errores.
Termina abril, llega mayo. Los
resultados de Madrid condicionarán la agenda política de los próximos meses.
Cuando escribo estas líneas todo está abierto. El futuro es un país extraño,
decía Fontana.
URBANO GARCIA
Imagen: Franco en el estadio Santiago Bernabéu.
EFE