A veces, ni la mejor ficción supera a la realidad.
Hacía días que policías de paisano seguían los pasos de Ernest, un indignado
valenciano que se sumó al 15M cuando hace un año irrumpió en la vida política
de nuestro país. Conocían todos sus movimientos. Sabían dónde vivía y qué hacía
con su tiempo. Le esperaron a la salida de su casa, en el barrio de Zaidía, a
cuyo colectivo del 15M pertenece. Le siguieron. Subieron con él a un autobús
municipal. Nada más arrancar, le rodearon, le esposaron y le comunicaron que
estaba detenido. Los restantes pasajeros se miraron perplejos, no salían de su
asombro. No se lo podían creer, les parecía una película. Para Ernest era una
pesadilla. Nadie entendía nada. Ernest tiene un semblante cerúleo, su imagen refleja
la fragilidad de su salud. Y es que Ernest vive con un doble trasplante, de
riñón y de páncreas. Su hígado también se resiente tras muchos años de diálisis.
La policía debía estar al tanto de sus constantes hospitalizaciones. O no. El
viernes 18, una semana después de la manifestación del 12 de mayo en
conmemoración del primer aniversario del 15M, Ernest fue hospitalizado por una infección.
No salió de La Fe hasta el martes 22. Al día siguiente, miércoles 23, lo
detuvieron.
Los policías ordenaron al conductor que parara el
vehículo. Bajaron a Ernest esposado del autobús. Le subieron de mala manera en
un coche de policía. Lo trasladaron a la Jefatura Superior de la Policía. Allí,
en una pequeña celda, pasó Ernest las siguientes interminables horas. Su
estancia solo fue interrumpida por los interrogatorios y la visita de su
hermana. Su familia estaba preocupada, muy preocupada. Primero no sabían dónde
se encontraba. Cuando lo supieron, la preocupación fue su salud. Ernest precisa
tomar medicación diaria. La vida le va en ello. Su hermana, Amparo, le llevó las
medicinas. Para entonces, Ernest ya sabía los motivos de su detención. Se los
dijo el comisario en el primer interrogatorio.
A Ernest le acusaba la policía de desórdenes públicos,
de haber tirado las vallas que rodeaban la parte central de la plaza del
Ayuntamiento, tras la manifestación que el 12 de mayo recorrió las calles de
Valencia. A Ernest le acusaban de haber desmontado la mascletá que el Ayuntamiento
presidido por Rita Barberá había decidido instalar en la plaza en la que
terminaba la manifestación. Por ese motivo también le acusaban de manipulación
de explosivos.
“Apareces recogiendo petardos en el vídeo que hemos grabado”,
le dijo el comisario. Ernest no lo desmintió, ayudó a los pirotécnicos a
recoger la mascletá. “Tanto petardo entre tanta gente era un peligro, podía
haber ocurrido una tragedia”, argumentó Ernest en su descargo. Del visionado de
las imágenes captadas por la policía no se deducía otra cosa. La acusación por
manipular explosivos no se mantenía en pie y no tardó en ser retirada por la
misma policía. No hizo falta ni que la abogada de oficio interviniera. A pesar
de que Ernest está en la antípoda de lo que podría ser un terrorista, las
acusaciones que se le han hecho son terribles, tan terribles como su historia.
Cuando su hermana Amparo llegó a Jefatura con los
medicamentos que tenía que tomar Ernest los agentes quisieron custodiarlos. La
desconfianza suele formar parte del comportamiento policial. Desconfianza que,
en el caso de Ernest, estaba totalmente injustificada. Amparo pidió a una
vecina que le llevara el historial clínico de su hermano. Una voluminosa
carpeta en la que se recogía las múltiples intervenciones y dolencias que ha
padecido Ernest en sus 54 años de vida. La policía lo fotocopió, tras recordar
Amparo la situación de riesgo mortal en que estaba su hermano. Las horas que
permaneció Ernest en Jefatura le parecieron eternas. Salió en libertad pasada
la media noche. Aunque aún no conoce los cargos que le imputan, ya se ha
buscado un abogado que defienda su inocencia. Estando en Jefatura oyó a otros
compañeros que como él estaban detenidos en celdas y por las conversaciones parecían
pertenecer al 15M. No sabe nada más de ellos. Ni conoce si están en libertad.
Lo que si sabe Ernest es que la pesadilla que ha vivido le recuerda actuaciones
policiales del franquismo.
Hace tan solo unos días hemos sabido de sindicalistas
detenidos acusados de alterar el orden público por manifestarse en contra de los
recortes. Aún permanecen en nuestra retina las cargas policiales contra los
estudiantes del IES Lluis Vives de Valencia por pedir una educación pública de
calidad. Por cierto, a estos jóvenes les están lloviendo multas por haber
respondido con resistencia pasiva a la activa y brutal actuación de la policía.
El PP ha reformado la legislación para perseguir
cualquier atisbo de protesta social. Tal vez el gobierno tema que el tremendo
dolor y la herida que está infringiendo a la sociedad se conviertan en árnica
que espolee un brote de indignación incontrolada. Aumentar el estado policial
nos acerca a escenarios de otras épocas que nadie en su sano juicio debería
fomentar. Quien lo hace a conciencia merece como mínimo el calificativo de
irresponsable.
URBANO GARCIA
FOTO: Urbano Garcia
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