¿Qué más tiene que
ocurrir? ¿Qué más nos puede pasar? Por mucho menos, en otros tiempos se hubiera
montado un Dos de Mayo. Por qué ahora no. La respuesta podría estar en el
viento que diría Bob Dylan. Pero la parálisis social suele ir de la mano del
miedo. Y hay miedo, mucho miedo. Sabemos que cuando algo puede ir peor, hay
muchas probabilidades de que empeore. Por eso tememos que todo vaya a peor. Tememos
perder lo poco que aún nos queda. Tememos que nos empujen por la pendiente a un
abismo que nadie controla y de cuyo primer impulso nadie se hace responsable.
Dicen los entendidos que el miedo reside en la amígdala. Esa estructura
profunda del cerebro que compartimos todos los mamíferos. Miedo ancestral e
ilógico. Irracional y arcaico. Nunca desde que reconquistamos la democracia arrebatada
por el franquismo habíamos tenido tanta sensación de ir hacia atrás. No es solo
sensación, hay evidentes signos de retroceso. Retroceso en libertades, en
derechos, en justicia, en igualdad,…en todo aquello que nos hace más humanos.
Perdemos derechos, ganamos vulnerabilidad. Así nos hacen más frágiles. Miedo y
fragilidad nos paralizan. Así nos manejan mejor. Así nos hacen más dóciles. Así
tragamos mejor su ricino. Si esto no es suficiente, para algo está la
ignorancia. El control de los medios de comunicación es el mejor aliado en esta
terapia de shock.
LA TROPA
Ricino
son las recetas de austeridad que predica la derecha europea, el BCE, el FMI, y
toda la cohorte de ultraliberales causantes de la crisis que ahora nos
acongoja. Ricino son los recortes en sanidad y educación que aplica el PP para
pagar sus despilfarros. “No se puede gastar lo que no se tiene”, dice Rajoy en
uno de sus alardes de Perogrullo. ¡Cierto! Pero, ¿quién lo ha gastado? Nadie
consultó a la ciudadanía si quería aeropuertos sin aviones, AVEs a ninguna
parte, circuitos de Fórmula 1 ruinosos, parques temáticos vacíos, sobrecostes
injustificados,… Hace unos días, el Ministro de Hacienda se fotografió con los
consejeros autonómicos y proclamó solemnemente su control sobre el gasto
público. No pasaron ni 24 horas para que Madrid, Castilla-León y nuestra
Comunidad le rompieran la foto. La deuda de estas tres autonomías, gobernadas
por el PP desde hace lustros, era muy superior a la declarada. Hasta entre
ellos se mienten. ¿Cómo no desconfiar de semejante tropa? El ridículo del PP no
tiene parangón. Solo lo supera su caradura.
Para
eso querían una mayoría holgada, para hacer lo que quisieran sin consultarnos.
Para quitar a los pobres y dárselo a los ricos. Para ensanchar la brecha de la
desigualdad. Para arrebatar derechos y restringir libertades. Para eso les
sirven sus mayorías absolutas. Para ciscarse en la ciudadanía. Para hacer lo
que no dijeron y callar lo que no hacen.
Mientras
Mariano predicaba como un recién converso la doctrina de Merkel, el PP
valenciano celebró su cónclave con menos unanimidad de la acostumbrada. Rus y
Rita quieren más parte de la tarta. Tendrán que esperar. Alberto Fabra ha
recurrido a un aprendiz de Maquiavelo para deshacerse del maestro de los
conspiradores. Todo parece preparado
para el gran relevo. Probablemente, el jefe del clan se retirará a escribir sus
memorias a su mansión en la Ribera. Su mujer, asegurada la canonjía en el
Consejo de Cultura, dejará sus obligaciones museísticas en manos más
profesionales. La familia ya está colocada. ¿Ciencia ficción o fin de etapa? Todo
apunta a lo segundo.
EL CEPILLO
La
jefatura eclesiástica anda cabreada. Unos cuantos ayuntamientos –algunos del PP
para más INRI- quieren que la iglesia católica pague impuestos por sus
inmuebles. No por todos, sólo por los que no utiliza para el culto. ¡Normal! Lo
ilógico es que la Iglesia no contribuya a la hacienda pública. “Si tenemos que
pagar por nuestros bienes se resentirán otros servicios como Cáritas, por
ejemplo”. Dijo Rouco Varela sin que se le cayera la cara de vergüenza. La
jerarquía católica está haciendo un gran negocio con la democracia. Nunca ha
obtenido tantos beneficios como después de firmar el acuerdo con el gobierno de
ZP para financiarse. Ya quisieran las universidades de nuestro país tener unos privilegios
parecidos. Aznar facultó a los arzobispos para que actuaran de notarios, y desde
entonces los bienes a nombre de la Iglesia no han parado de crecer. Todo lo
ponen a su nombre por si algún día llega la tan añorada desamortización. Y su
patrimonio sigue incrementándose. Es más, allá en donde gobierna el PP, que es
en casi todas partes, se le ceden terrenos públicos para universidades y
escuelas privadas, para hospitales o residencias. Es el caso valenciano. Aquí
la administración pública, además de felpudo, pasa el cepillo para que los
ciudadanos mantengamos semejante rémora. Aún tenemos libertad para inscribirnos
al gremio de los masoquistas. Es lo que nos queda.
URBANO GARCÍA
urbanogarciaperez@gmail.comFOTO: URBANO GARCIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario