Hace tiempo que el monocultivo
turístico de sol y playa está cuestionado. Al menos entre los partidarios de un
desarrollo sostenible y no depredador. Pero muchos gobernantes sólo quieren ver
el lado más amable -su contribución al PIB-, y nunca les parece buen momento
para ponerlo en cuestión, ni con crisis ni sin ella. ¿Qué sería de nuestra
economía?, dicen. Antes de abrir el debate, los autoproclamados guardianes del
sentido común ya han puesto el grito en el cielo contra lo que ellos llaman turismofobia. El PP abusa del término y
lo usa igual para un roto que para un descosido. Para atacar al soberanismo
catalán o a toda la oposición. Mientras los gobiernos del cambio intentan
controlar los peores efectos de la avalancha turística, el gobierno de Rajoy –con
más competencias y un Ministerio de Turismo- mira a otra parte y sataniza a
quienes cuestionan el modelo dominante. No se trata de un tema puntual, de
orden público, limitado al turismo de borrachera o a episodios de balconing. El turismo masivo tiene
consecuencias, afecta a la estructura urbana e industrial del país, y alimenta
una nueva burbuja que ha tomado el relevo a la inmobiliaria.
SIN LEY
En los años 60’ Benidorm rompió la autarquía con la
llegada del biquini a sus playas. El pequeño pueblo marinero alicantino creció y
cambió su urbanismo por el turismo. Y el franquismo encontró en este sector
económico un balón de oxígeno para su supervivencia. Benidorm creció en vertical
buscando la máxima rentabilidad del suelo. Y se convirtió en un parque temático
de sol y playa. El sol brilla para todos y es inacabable. Las playas, no. La presión
demográfica deteriora la calidad de la naturaleza y el espacio se privatiza. El
turismo es la gallina de los huevos de oro.
La inestabilidad política ha reducido los destinos turísticos
en el Mediterráneo y nos ha colocado en primera línea. Los vuelos low cost han hecho el resto. Rajoy ha
contribuido con una reforma laboral que ha rebajado los costes de la mano de
obra. Mientras la llamada economía colaborativa, con sus Uber, Airbnb, Cabify,…
y el resto de grandes negocios del “capitalismo de plataformas”, anuncia una
nueva revolución industrial más desregularizada y esclavista si cabe.
En Barcelona hace tiempo que hay protestas vecinales
en contra de la masificación del turismo, de la proliferación de apartamentos
ilegales, de la gentrificación de algunos barrios a causa de la subida de los
alquileres, de la pérdida de comercios,… En València, a pesar del pretendido efecto
llamada de la Fórmula 1 y la Copa del América, aún se está a tiempo de corregir
los peores efectos del turismo masivo. El
Carme o Russafa ya se están
viendo afectados por la segregación urbana derivada en parte de la actividad
turística. La especulación inmobiliaria y la expulsión de antiguos
arrendatarios por el incremento de alquileres son las principales causas de
gentrificación en estos barrios “de moda”. En el Cabanyal se han encendido las alarmas. Consell y Ayuntamiento ya se han puesto manos a la obra. “Las competencias
son autonómicas”, ha contestado el gobierno a la petición de la patronal
hotelera para reunir al Consejo Nacional de Turismo. ¿Cabe mayor
irresponsabilidad que la de Rajoy y su ejecutivo ante la falta de leyes que
regulen el sector?
LAUDO
Confunden cantidad con calidad. Es la explicación.
No hay más que repasar qué ha hecho el Consejo de Ministros ante la huelga del
personal de seguridad del aeropuerto del Prat. Primero mandar a la Guardia
Civil para actuar de esquiroles siglo XXI. ¿Si la seguridad en los aeropuertos
es un sector estratégico, qué justificó su externalización? Después, dictar un
laudo de obligado cumplimiento aplicando la Ley de Huelga de 1977. Una postura
salomónica ante una negociación desigual. Importantes beneficios empresariales
frente a sueldos congelados y por debajo de 1000€.
Los sindicatos presentes en otros aeropuertos en
los que también opera la empresa EULEN –responsable de los míseros salarios de
sus trabajadores-, han anunciado que recurrirán el laudo y que se sumarán a las
movilizaciones para conseguir mejoras en las condiciones laborales.
Patronal y gobierno coinciden con el Fondo
Monetario Internacional en señalar que la crisis ha terminado. Desde el punto
de vista liberal, una vez rescatada la banca y recuperados los niveles de
beneficio empresariales, los gobiernos de derechas ya pueden lanzar las
campanas al vuelo. ¿Y el resto de la población? Si hacemos un balance de la
última década podemos resumir que ha aumentado el trabajo temporal, precario y
peor retribuido. ¿Fin de la crisis?, ¿para quién?
URBANO GARCIA
urbanogarciaperez@gmail.com
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