“Los socialistas nos debemos a las personas no
a los territorios”, dijo la sultana en el congreso del PSOE de su tierra (PSOA).
Al día siguiente afirmó que Andalucía está por encima de su secretario general.
“Pedro, no me hagas elegir entre la lealtad al PSOE y a Andalucía”, dijo. ¿En
qué quedamos? Con la primera frase la lió. Con la segunda la lió más. ¿Planea
el síndrome catalán sobre la política como un buitre alrededor del cadáver? Y
eso que en teoría, el PSOE ha encontrado su bálsamo en la declaración de
Granada. Esa actualización del compromiso federal que, por lo oído el pasado
fin de semana en algunas de sus taifas (en concreto en Andalucía y Extremadura),
a nada compromete. Y es que la pedagogía federal en el PSOE ha brillado por su
ausencia desde los tiempos en los que el dúo González&Guerra señaló los
márgenes de la foto del socialismo hispano. La segunda frase gloriosa iba
dirigida a los oídos de Pedro Sánchez, el Secretario General que barrió en
primarias al susanismo. Todo un grito
de guerra. La praxis de esa pasión andaluza llegó con la nueva ejecutiva del PSOA
sin nadie del sector sanchista. Del
internacionalismo proletario al nacionalismo pequeño burgués, un amplio
territorio para la expansión del populismo andaluz.
Por estos lares, Ximo Puig se consolidó como
Secretario General del socialismo valenciano y encabeza una macro ejecutiva en
la que los sanchistas ocupan un 35%
de los cargos. Paz a cambio de territorio. El ex alcalde de Morella, a
diferencia de Susana, siempre ha tenido claro el tema federal, incluso más que
el propio Sánchez. Es su identidad y lo que le diferencia de ambos líderes.
ADAPTACIÓN
Cuatro décadas de desarrollo autonómico han
generado realidades territoriales muy alejadas del punto de partida. No hay más
que comparar lo que éramos en 1978 y lo que somos ahora, en 2017, para entender
la verdadera dimensión del tiempo transcurrido. Al margen de lastres, herencias
y transiciones incompletas, el traje constitucional confeccionado entonces –tan
útil para desembarazarnos de la dictadura- muestra la fragilidad de sus
costuras. Su poca flexibilidad, la rigidez de su hechura, constriñe el
crecimiento del país como si fuera un pie de loto.
La dictadura fue un paréntesis. Aplazó debates y
retrasó su solución. El encaje territorial no es nuevo. No lo era en abril del 31,
cuando “España se acostó monárquica y se levantó republicana”, según Juan
Bautista Aznar, último presidente del gobierno de Alfonso XIII. Entonces, las
naciones históricas tuvieron sus estatutos. Nosotros nos quedamos en puertas. Con
Franco llegó el parón. La Constitución del 78 intentó solucionar el tránsito de
la España Una a la diversa. El Estado Autonómico fue la fórmula transitoria. La
descentralización transfirió competencias del centro a la periferia. Menguó la
primera y creció la segunda, financiándose en función de las tareas asumidas.
Las disfunciones llegaron cuando el PP se opuso a los
intentos por adaptar el traje a las nuevas hechuras de unas autonomías maduras.
Las costuras crujieron no sólo por Catalunya. La administración central del
Estado -árbitro y parte- fue usada con frecuencia para hacer de las transferencias
y su financiación moneda de cambio para intereses partidistas. Y en esas
estamos.
CAPITALISMO
Todo cambia, nada permanece inalterable. Tras una
década de crisis encadenadas, podemos afirmar que el capitalismo no solo no ha
muerto, si no que ha mutado adaptándose a las nuevas circunstancias. Esa
capacidad de transformación está en sus propios orígenes. En ellos bucea
Gonzalo Pontón en La lucha por la
desigualdad, un completo análisis del punto de partida que no es otro que
el final del feudalismo. También los orígenes fueron diferentes según el
territorio.
“España ha conseguido superar la crisis económica más grave
que se recuerda", dijo Rajoy tras conocer los datos de la EPA de julio en
los que aumenta el número de contratos. Claro, no dice nada de la calidad de
esos contratos. Precarios y temporales sustituyen al trabajo fijo y de calidad.
Es el cambio de modelo. A menores salarios, menores cotizaciones. Las pensiones
están en juego.
Sin
duda, el traje del capitalismo de la segunda mitad del siglo XX se ha quedado
estrecho. Las costuras de la globalización son más difusas y opacas. Parece
fácil adaptar el antiguo traje si se logra mantener a los más perjudicados por
la crisis al margen de la capacidad de decisión. Nada nos es ajeno. Ni los
negocios de Trump en Rusia, ni las maniobras de Rajoy para demonizar a
Catalunya con tal de ganar votos en el resto del Estado. El territorio sigue
siendo importante.
URBANO GARCIA
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