Europa no produce ni un gramo de
este socorrido medicamento. Lo dijo Borrell que en esto no andaba desorientado.
Cuando hace un año saltaron las alarmas por la virulencia de un nuevo coronavirus,
y los países de la Unión echaron mano de sus reservas de mascarillas y respiradores,
nos dimos cuenta de hasta qué punto el viejo continente había deslocalizado
algunas de sus industrias básicas. Macron lamentó públicamente el cierre de
algunas empresas por ser consideradas poco rentables. Apenas intuíamos la
terrible guadaña de la pandemia, y algunos líderes europeos ya cuestionaban las
políticas neoliberales y la búsqueda del máximo beneficio. “Nuestra prioridad
es producir más en Francia y en Europa. Esta crisis nos enseña que se impone
una mayor soberanía europea sobre ciertos bienes, productos y materiales”, insistía
Macron. Esa misma semana de marzo de 2020, Francia compró a China mil millones
de mascarillas. ¿Qué ha cambiado desde entonces?, poco, muy poco. Es verdad que
aún estamos acogotados por la Covid-19, que su vacunación acaba de empezar, que
las inversiones necesitan tiempo para materializarse. La profunda crisis de la
Unión Europea ha vuelto a visualizarse con la fabricación de las vacunas.
¿Recuerdan
cuando la globalización iba a conectarnos a todos y hacer del planeta una sola
aldea?, se preguntaba el otro día Manuel Castells. Ante la amenaza global de la
pandemia, la respuesta ha sido el repliegue local, se contestaba el ministro. Al
menos, esa es la percepción. No hay más que ver cómo el gobierno británico está
gestionando la producción de vacunas Oxford/AstraZeneca, para corroborarlo.
La excepción sería la Unión
Europea que, al contrario que hizo en la crisis de 2008, ante la crisis actual ha
optado, en la medida de sus posibilidades, por dar soluciones globales y
enterrar la austeridad.
EL PASADO…
Siempre vuelve. Cuando la crisis
financiera, la UE optó por soluciones neoliberales, apretando el cinturón a los
miembros más débiles, a los países meridionales del continente. Nosotros fuimos
de los peor tratados. La lección fue dura: desafección de la UE, aumento del
populismo de derechas y descrédito de la política. Una década después, con el
Brexit en marcha, nada es igual. Ni en Bruselas ni en Madrid.
Han transcurrido ocho años desde que el entonces juez Baltasar Garzón destapó toda una trama delictiva ocupando la estructura financiera del PP. “Es una conspiración contra el PP”, dijo entonces Rajoy y repite hoy el dúo Casado&Ayuso. La primera víctima fue Garzón, apartado de su carrera judicial por una derecha iracunda contra quienes destapan sus vergüenzas. “Contabilidad extracontable”, calificó Bárcenas la ingeniería financiera con la que el PP se dopaba. En el juicio, iniciado el lunes 8, se juzga, entre otras cuestiones, si el PP pagó con fondos de su caja B, los 1,5 millones que costó la reforma de su sede en la calle Génova de Madrid. Esta corrupción tiene antecedentes. Hay que remontarse a finales de los ochenta. AP se había refundado en el PP, capitaneado por Fraga y con Aznar de timonel, y la derecha neofranquista heredó una estructura para financiarse de forma fraudulenta. Eso fue el caso Naseiro, destapado en València a raíz de los trapicheos descubiertos al concejal Salvador Palop. Aquel sucio asunto se saldó archivando las diligencias por defectos de forma. Hubo crimen, pero ni castigo ni aprendizaje. De aquella siembra germinaron malas hierbas como la Gürtel, o el caso Bárcenas, de tradición le viene al tesorero.
EL FUTURO
El
Brexit, el juicio del caso Bárcenas, y las elecciones catalanas son algunos de
los acontecimientos que se han cruzado en nuestro camino, mientras nos
deslizamos por la montaña rusa mortal de la pandemia. Todo está
interrelacionado y todo se ve afectado por la múltiple crisis sanitaria. Escribo
estas líneas cuando desconozco cómo terminará el juicio a la financiación
ilegal del PP, ni los resultados electorales en Catalunya. Son pasado y
presente. También repercutirán en nuestro futuro más inmediato. Por lo que
sabemos hasta ahora de la trama corrupta que ha anidado en el PP -hablar en
presente siempre tiene sus riesgos-, lo lógico es que cualquier solución pase
por la refundación del partido hegemónico en la derecha. No será fácil. Del
resultado catalán depende la articulación territorial del Estado. Nada nuevo.
Ambos temas hunden sus raíces en las imperfecciones de la Transición. En cómo
se reorganizó una derecha acostumbrada a vivir bajo el mismo palio que Franco.
Y cómo reorganizó el franquismo a la fuerza un Estado hiper centralizado. ¡Ah! Y
seguimos sin fabricar ni un gramo de paracetamol.
NOTA: ¡También tú, Arturo! El secretario de CCOO del
PV se ha visto obligado a dimitir tras vacunarse sin corresponderle. El
reglamento de las vacunaciones es muy claro, no hay excusas que valgan.
URBANO GARCIA
Imagen: Rajoy
con toda la dirección del PP. Febrero 2009. CRISTOBAL MANUEL
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