Salió casi un palíndromo. La COP26
reunida en Glasgow, en la gaélica y europeísta Escocia -arrastrada al brexit
por los sueños imperiales británicos-, consume sus últimas jornadas cuando
escribo estas líneas. Últimos días y últimas horas para acordar lo que parece
imposible: tomar medidas eficaces para frenar la crisis climática. ¡Ojo al
dato! Hablo de “frenar”, ni por asomo se me ocurre mentar la palabra
“revertir”. Y no es lo mismo, claro. ¡Ay, las palabras!, las carga el diablo.
No hay más que ver cómo Nadia Calviño se lía con los términos “derogar” y
“reformar”. Y no son lo mismo, todo el mundo lo sabe.
A
estas alturas del desastre ecológico anunciado no parece fácil frenar las
consecuencias que para la contaminación atmosférica ha tenido el desarrollo
industrial basado en el consumo de combustibles fósiles. Bien lo saben en Naciones
Unidas que siguen al día la temperatura de la cazuela. Ya nadie habla de volver
a los valores ambientales anteriores a la revolución industrial. Ahora nos
conformamos con no llegar a superar los 2o C de aumento de la
temperatura respecto al siglo XIX. No parece mucho, sin embargo, las
consecuencias de ese incremento pueden ser catastróficas para muchas regiones
del planeta, por ejemplo, para las situadas cerca de la costa, las zonas más
densamente pobladas. No hace falta recordar dónde estamos nosotros. Y no es
cuestión de ir asustando al personal. Está más que demostrado que la letra
entra leyendo y no con sangre.
Hay
terrenos del planeta situados al borde de la desertificación. Otros están por
debajo del nivel del mar. Hay sitios en los que llueve demasiado y otros en los
que no cae ni una gota durante años. Hay lugares con hielos permanentes -cada
vez menos-, y zonas en las que no se sabe qué es un copo de nieve… Algunas islas
han desaparecido tragadas por las aguas… Y todo depende del deshielo de los
polos y de la circulación atmosférica, de cómo se comporten borrascas y
anticiclones, de cómo se combinen masas de aire de diferente temperatura, de
por dónde circulen las corrientes cálidas y frías en los océanos atemperando continentes
y permitiendo la vida humana donde la vida humana parecía imposible. Los seres
humanos somos bípedos y andarines, y nos hemos establecido dónde el clima era
más bonancible. ¿Qué pasaría si cambiase el actual equilibrio climático? El
planeta establecería otro equilibrio, pero, ¿y nosotros? Ese factor, la
búsqueda de un mejor clima, huir de las sequías y las inundaciones, de los
fríos glaciares y los calores abrasadores, de hambrunas y guerras, cada vez es
más frecuente. Eso es la crisis climática, fenómenos meteorológicos extremos y
más dificultades para vivir en zonas antes habitadas.
El
País Valenciano suma ambas variables, la zona más poblada está en el litoral, y
una parte del territorio tiene índices pluviométricos anuales que la aproximan
a terrenos situados al borde del desierto. Por mínima que sea, cualquier
variación de estos parámetros tiene consecuencias. ¿Qué hacer?, que decía
aquel. Pues parece claro que la mejor receta es la prevención. Prevenir las
consecuencias que aquí puede tener la crisis climática, es decir, más sequía e
inundaciones y la subida del nivel del mar. Pues eso.
Y
ahora vamos al clima de los acuerdos. Hablo del acto del sábado de cinco lideresas
buscando abrir un espacio a una nueva política baja en testosterona. ¿O habría
que decir a una nueva izquierda? Cada una de las cinco matriarcas representa un
perfil político distinto, incluso una pieza diferente del complejo puzle que compone
el mosaico de las izquierdas hispanas. Si la cosa cuaja, seguro que se sumarán
más voces al canto coral. Posiblemente Yolanda Díaz sea la necesaria amalgama
para hacer posible la confluencia de visiones territoriales distintas, pero no
distantes. La anfitriona del encuentro, Mónica Oltra, ha ampliado el debate en
Compromís sobre futuras alianzas electorales más allá del acuerdo de la
coalición valencianista con Más Madrid, que tan enjutos resultados dio en las
últimas generales. La otra Mónica, García, aporta la experiencia madrileña que
no logró tener continuidad en un territorio hostil como es la capital del
Estado. Ada Colau es una pieza imprescindible en cualquier debate sobre los
nuevos liderazgos del siglo XXI. Y Fátima Hamed, la diputada ceutí, aporta la
pluralidad y tal vez una visión menos eurocéntrica que el resto. “Un encuentro
de amigas”, han dicho. A nadie se le escapa que de este encuentro puede salir
un embrión de eso que algunos llaman “matria”. Una nueva forma de ver y hacer
política, alejada de valores hasta ahora dominantes, que priorice la
colaboración sobre la competencia, los cuidados sobre las violencias, … ¿una
nueva utopía para el siglo XXI? Sea bienvenida, falta nos hace.
URBANO GARCÍA
Imagen: Cartel del acto de 5 lideresas el sábado 13 de noviembre en València.
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