Ni lo uno ni lo otro. Para las
derechas, la reunión del sábado 13 de noviembre de cinco políticas en València
(Yolanda Díaz, Mónica Oltra, Ada Colau, Mónica García y Fátima Hamed) fue un
aquelarre feminista (Catalá, dixit), un aquelarre izquierdista (dijo Casado), un
contubernio, comunistas con burka o fiesta del pijama, apuntaron otros
aprendices de brujo. A las derechas no les gusta que cinco políticas en activo,
todas ellas “rojas”, todas “violetas”, cada una a su manera, queden para hablar
de cómo construir una nueva forma de hacer política, menos agresiva y más
empática, con menos ruido y con más nueces.
El
encuentro en València levantó expectativas. Tal vez demasiadas. Tejer una
alianza que vaya más allá de tomar un café no es tarea fácil. La izquierda peca
de purista a la hora de unirse. Siempre hay una coma mal puesta. Queda tiempo,
pero no hay que dormirse. Si alguna importancia tuvo la cita en València, es
que abrió un camino. No hay más que ver las reacciones que ha provocado. Se
juega su futuro no sólo el espacio a la izquierda del PSOE, sino la propia
supervivencia de un gobierno progresista. Así lo entendió Pedro Sánchez, que en
la clausura del congreso del PSPV en Benidorm no dudó en apostar por la consolidación
de ese espacio a su izquierda. Se necesitan mutuamente, nunca está de más
recordarlo.
Podemos
asume el desgaste de gobernar y se sumaría a un amplio acuerdo. Izquierda Unida
y el PCE reman a favor. Más Madrid parece que también. ¿Y Compromís? Sus
mejores resultados en unas elecciones generales los cosechó con la fórmula “A la
valenciana”. ¿Qué impide repetirla? El valencianismo es el espacio político que
más ha evolucionado en los últimos años. Ha logrado cotas de representación
importantes a nivel local y autonómico, pero le falta trasladar todo su
potencial electoral al Congreso. Para eso tiene que ser percibido como una
fuerza política útil, que sus votos sirvan, que sus diputados sumen, que un
grupo parlamentario le dé visibilidad, que nadie como ese grupo defienda los
intereses valencianos. No es una taifa. Se trata de defender una igualdad que
ahora no existe.
De
eso se trata. De que los ciudadanos de València, de Requena o del Rincón de
Ademuz reciban del Estado lo mismo que los de Burgos, Pamplona o Madrid. De eso
va la financiación autonómica. Sin un sistema justo que atienda la población es
difícil tener una sanidad o unas escuelas equiparables en todos los
territorios. ¿Y la España vaciada? Pues también habrá que atender sus
necesidades. El País Valenciano tiene una parte vaciada. Que se lo digan a los
habitantes dels Ports, o de
Ademuz. Hay zonas en las que apenas tienen un médico para atender una población
diseminada en muchos kilómetros a la redonda. Pueblos en los que ha cerrado la
única escuela que había por falta de alumnos. Estaciones en las que hace años
que no para el tren. Pueblos en los que cerró la única sucursal bancaria que
había y ahora les toca a los vecinos, cada vez más viejos, recorrer decenas de
kilómetros buscando una oficina para cobrar la pensión. Por eso, y viendo el
ejemplo de “Teruel también existe”, la España vaciada va organizándose.
Vuelvo
al acto del sábado en Valencia. Mientras aquí se visualizaba una gran sintonía,
en las antípodas peninsulares, en Portugal, se oficiaba el desencuentro. En
2015, Portugal ensayó lo que llamaron la gerigonça, un gobierno de coalición del Partido
Socialista (PSP), con Partido Comunista (PCP) y el BLOCO DE ESQUERDA (similar a
Podemos), experiencia inédita en Europa. Cuatro años después, en 2019, las tres
fuerzas no se pusieron de acuerdo para reeditar la gerigonça. El PSP, con 106 diputados de una
cámara de 230 escaños, optó por gobernar en solitario con apoyos puntuales y externos
del BLOCO (19 escaños) y del PCP (10). Tras controlar de forma ejemplar la
COVID-19, la no aprobación de los presupuestos para 2022 ha llevado a la crisis.
El presidente de la República, el conservador Rebelo de Sousa, disolvió la
cámara y convocó elecciones. Aumentar las inversiones en sanidad, subir los
salarios y la reforma laboral han sido tres motivos del desacuerdo. No hace
falta señalar qué posición mantiene cada una de las izquierdas. Hay que saber
estirar sin que la cuerda se rompa. Bien lo saben Yolanda, Mónica y Ada, las
tres lideresas de tres gobiernos de coalición -estatal, autonómico y municipal-,
obligadas en ocasiones a mantener difíciles equilibrios. Portugal es un
magnífico espejo. Circunstancias históricas hicieron que el territorio luso
construyera su propio Estado. Se habla gallego en ambos lados de la frontera
norte. Antes que nosotros, fueron nuestros vecinos quienes exploraron las
posibilidades de un gobierno de izquierdas, ahora se enfrentan al resultado
incierto de las urnas. No somos iguales. Ni el país ni las izquierdas lo son. Atentos
a lo que ocurra en Portugal y atentos a lo que ocurra aquí.
URBANO GARCÍA
Imagen:
“Otras políticas”, sábado 13 de noviembre en el teatro Olympia de València. Ana
Escobar/ EFE.
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