Toda crisis deja secuelas. Tal
vez, las peores son las que menos vemos. Hablo de la salud mental. Cuando todo
pase, que algún día pasará. O sea, cuando las noticias de la evolución de la
pandemia de la COVID-19 dejen de abrir los informativos, entonces llegará el
momento de hacer balance. Pero ese tiempo aún no ha llegado. En el cómputo
habrá que poner, necesariamente, las secuelas que la pandemia está dejando
sobre la salud mental de las personas. Ansiedades, angustias, insomnios,
depresiones, … y suicidios, expresión máxima del estado del malestar. Estamos
sometidos a una especie de síndrome postraumático, tras haber visto nuestras
vidas alteradas por el impacto de la pandemia. No pienso sólo en quienes han
sido golpeados directamente por el virus, para los que la vida, posiblemente,
no volverá a ser igual. Ni en quienes arrastran una COVID persistente. Ni en el
personal sanitario -primer frente de lucha contra el virus- que después de un
bienio negro sigue haciendo frente a la pandemia, en mejores condiciones que al
principio, pero lejos de la deseable normalidad… Pienso en todos, incluso en
quienes como avestruces australianas -la isla está de moda- esconden la cabeza
en el agujero del negacionismo.
Por cierto, su nuevo
apóstol, Novak Djokovic (No-vac Yo-Covid, en libre transcripción fonética), se
retiró en silencio del máster australiano, con la raqueta entre las piernas y
alicaído tras retar a quienes cumplen las normas sanitarias, las únicas útiles
para combatir la pandemia. La justicia australiana optó por la salud frente a
los privilegios. Y Francia no permitirá la participación del serbio en el
Roland Garros si no se vacuna. Ser libre para no vacunarse tiene sus costes. No
hay libertad cuando se pone en riesgo la salud y la sanidad de los demás. El dinero
no inmuniza. A la insumisa de los Madriles y a su alcalde les faltó tiempo para
invitar a Novak a tomar unos callos en la Puerta del Sol. ¡Viva el virus!
El SARS-CoV-2 sigue causando estragos -muchos menos entre personas vacunadas, hay que decirlo alto y claro-, y estamos lejos de conseguir la ansiada inmunidad de rebaño. Tal vez nunca la alcancemos. Al menos, mientras haya países con tasas de vacunación ridículas. Esas grandes bolsas de seres humanos sin vacunar son reservorios en los que el virus se hace resistente, muta y busca estrategias de supervivencia buenas para él, pero fatales para nosotros. Y ese reparto justo de las vacunas estamos lejos de alcanzarlo. Lo denuncia casi a diario la Organización Mundial de la Salud, pero como si nada. El egoísmo prevalece hasta en tiempos de pandemia. ¿O es el negocio?
LA BRECHA
Dice
el último informe de Oxfam –“Las desigualdades matan”, es su título- que los 23
milmillonarios que hay en España, ¡sí, 23 milmillonarios!, hoy son más ricos
que ayer pero menos que mañana. La pandemia ha multiplicado su patrimonio. Por contra, en nuestro país, más de un millón de personas se han incorporado
a quienes malviven al borde de la pobreza. En tiempos de crisis la desigualdad
se dispara. La causada por la pandemia no ha sido una excepción. La llamada
revolución neoliberal de Thatcher y Reagan consolidó una serie de valores
individualistas y ultraconservadores que desmontaban la sociedad del bienestar.
A partir de ahí, la desigualdad volvió a crecer exponencialmente. Y sigue
haciéndolo. Lo dijo en Madrid el economista Thomas Piketty que acaba de
publicar Una breve historia de la igualdad, “no es imposible para los
Estados encontrar políticas que reviertan las condiciones que se han dado en el
mundo occidental desde los años ochenta”, dijo. En ese terreno deberían jugar
las izquierdas y quienes apuestan por la igualdad. Pobreza y mala salud suelen
ir unidas.
Por eso es tan importante
financiar de forma adecuada los servicios públicos, especialmente sanidad y
educación. Ese debería ser el objetivo prioritario de quienes buscan una
sociedad más justa. Ese debería ser el camino para frenar el escandaloso
crecimiento de la desigualdad. “Las grandes crisis son oportunidades excelentes
para alterar las estructuras básicas del poder económico”, afirmó Piketty,
consciente de que tras esa afirmación suelen ir las revoluciones. El economista
lo dijo delante de la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, quien
seguramente tomó nota para el programa de su posible convergencia electoral.
Bien estaría que ahora,
cuando la Unión Europea tiene claro que reforzar la salud y la educación es la
mejor forma de afrontar próximas pandemias, se invierta en ambos servicios. Los
fondos Next Generation deberían servir para aumentar la financiación de
ambas, ampliando personal y medios. Habrá que estar atentos, para que no ocurra
lo que pasó en otros tiempos, en los que las ayudas del Estado sirvieron para
hacer rotondas inútiles. Por cierto, también la salud mental necesita más
inversiones.
URBANO GARCÍA
Imagen: Enfermo de COVID en la
UCI del Hospital de Torrevieja. EFE.
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