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miércoles, 24 de junio de 2020

DE LA ALARMA A LA ALERTA


Salir del confinamiento. Poder viajar más allá del patio de nuestra patria chica. Reencontrar los espacios de sociabilidad aparcados durante la pandemia. Recuperar una movilidad oxidada por el desuso. Hacer recuento de pérdidas. Retornar a una nueva normalidad demasiado parecida a la vieja anormalidad que dejamos en barbecho. ¿Qué hay de normal en ese retorno? Todo y nada. Dejar de estar en estado de alarma no es dejar atrás el peligro. El virus no se ha ido, y por ahora no hay remedio para combatirlo. Su capacidad de infectar sigue siendo la misma que cuando nos confinamos en marzo. ¿Qué ha cambiado? Todo y nada. El Sars-CoV-2 sigue ahí, tan peligroso como cuando la OMS declaró la pandemia. Pero hemos logrado frenar el crecimiento exponencial de contagios. El personal de las UCI puede rebajar su nivel de estrés. Y hemos detectado algunos fallos del sistema. Tal vez los peores. Por ejemplo, nos hemos percatado que el funcionamiento de las residencias para personas mayores es francamente mejorable. No es un problema sólo nuestro. También ha ocurrido en otros países de la egocéntrica Europa. Pero no consuela. El modelo neo liberal de gestión de las residencias es el que está en crisis. Como lo está el sanitario. Los dos hacen aguas por todas partes. Hacer negocio de las necesidades vitales es la ruina de la humanidad. A eso hemos llegado. Apenas una década después del financiero, nos topamos con otro crack. El de 2008 fue del bolsillo a la salud. Este ha ido al revés. En ambos, tanto la salud como el bolsillo han salido malparados. Más la primera, claro. Y aún no ha terminado. Viejos y pobres, primero. Es el dramático triaje de la Covid-19. Por eso la percepción del riesgo no es la misma en todo el mundo, aunque corra el mismo peligro. Sólo hay que dar un garbeo para ver cómo responden unos y otros a la silenciosa amenaza vírica. Ahora toca estar alerta, más que nunca. Y mascarillas.

RECONSTRUCCIÓN
               Suena bien. Pero es lo más difícil tras una devastación como la que estamos viviendo. No es sólo cuestión de voluntad. Hacen falta muchos recursos económicos. Tras la hecatombe europea que supuso la II Guerra Mundial, los EEUU acudieron raudos a reflotar un mercado necesario para sus exportaciones. Ahora, Europa tiene que salvarse sola. ¿Lo hará? No le queda otra. Una vez cedidas las soberanías monetarias nacionales al Banco Central Europeo, es éste el que tiene que apechugar con la crisis. Las dos principales opciones que se plantean son ideológicas: mancomunar la deuda o hacer un préstamo a cambio de recortes que llaman ajustes. La decisión es política. No es cuestión de norte y sur. Por eso el PP no ha dudado en sumarse a los gobiernos que piden condicionar los préstamos. Ha vuelto a hacer lo que siempre hizo, traicionar a su país, a su gente. Los países de la Unión tienen recursos de sobra para hacer frente a la crisis derivada de la pandemia. ¿Serán capaces de anteponer el esfuerzo solidario al egoísmo nacional? Esa es la cuestión. La UE se juega su futuro. Volviendo a la crisis financiera de 2008, entonces la UE sacrificó los servicios públicos y a las personas en aras de salvar la Banca. ¿Volverá a hacerlo? Sería un grave error. La actual crisis no tiene nada que ver con la que inauguramos el milenio. Lo sabe Ángela Merkel y su porquero.
               La complejidad de la realidad política, obliga a adoptar medidas a diferentes niveles. Les nostres Corts han creado una Comisión para estudiar posibles soluciones autonómicas. Por ella están pasando algunas de las mentes mejor dotadas del País. El pasado 12 de junio, Joan Romero desgranó su diagnóstico. Desde mejorar el sistema de financiación, a reforzar la sanidad y la educación, pasando por apostar por el necesario cambio del modelo energético y productivo. Pocas cosas quedaron en el tintero. Tal vez la cultura, pariente pobre de todas las crisis, merecería mayor atención. ¿Cómo es posible poder ver una corrida de toros y no un concierto en la misma plaza? Todo el mundo coincide en que es necesario invertir más en sanidad, en educación y en I+D+i, o sea en investigación y ciencia. Pero invertir de verdad, no hacer el juego trilero de dar el dinero a concesiones privadas y recortar en servicios públicos. Esa fórmula ya ha demostrado su rotundo fracaso. ¿O hace falta una prueba más contundente? También habrá que poner límites a la deslocalización de industrias básicas. No puede ser que la UE haya cerrado todas sus fábricas de mascarillas, respiradores o geles hidroalcohólicos, por poner unos ejemplos que todos tenemos presentes. Claro que para que eso se produzca hace falta que la UE sea algo más que un club de jugadores de Bolsa. Habrá que hacerlo posible.
Y eso, ¿cómo se paga? Pues con una fiscalidad más justa. Por ejemplo, pagando impuestos las plataformas digitales que han hecho su agosto con la pandemia. Tasa Tobin o Covid da igual como se llame.
URBANO GARCIA
Imagen: Equipo médico de una UCI con un enfermo por Covid-19. OMS

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