Salir del confinamiento. Poder viajar más allá del
patio de nuestra patria chica. Reencontrar los espacios de sociabilidad aparcados
durante la pandemia. Recuperar una movilidad oxidada por el desuso. Hacer
recuento de pérdidas. Retornar a una nueva normalidad demasiado parecida a la
vieja anormalidad que dejamos en barbecho. ¿Qué hay de normal en ese retorno?
Todo y nada. Dejar de estar en estado de alarma no es dejar atrás el peligro.
El virus no se ha ido, y por ahora no hay remedio para combatirlo. Su capacidad
de infectar sigue siendo la misma que cuando nos confinamos en marzo. ¿Qué ha
cambiado? Todo y nada. El Sars-CoV-2 sigue ahí, tan peligroso como cuando la
OMS declaró la pandemia. Pero hemos logrado frenar el crecimiento exponencial
de contagios. El personal de las UCI puede rebajar su nivel de estrés. Y hemos
detectado algunos fallos del sistema. Tal vez los peores. Por ejemplo, nos
hemos percatado que el funcionamiento de las residencias para personas mayores
es francamente mejorable. No es un problema sólo nuestro. También ha ocurrido
en otros países de la egocéntrica Europa. Pero no consuela. El modelo neo liberal
de gestión de las residencias es el que está en crisis. Como lo está el
sanitario. Los dos hacen aguas por todas partes. Hacer negocio de las
necesidades vitales es la ruina de la humanidad. A eso hemos llegado. Apenas
una década después del financiero, nos topamos con otro crack. El de 2008 fue
del bolsillo a la salud. Este ha ido al revés. En ambos, tanto la salud como el
bolsillo han salido malparados. Más la primera, claro. Y aún no ha terminado. Viejos
y pobres, primero. Es el dramático triaje de la Covid-19. Por eso la percepción
del riesgo no es la misma en todo el mundo, aunque corra el mismo peligro. Sólo
hay que dar un garbeo para ver cómo responden unos y otros a la silenciosa
amenaza vírica. Ahora toca estar alerta, más que nunca. Y mascarillas.
RECONSTRUCCIÓN
Suena bien. Pero es lo
más difícil tras una devastación como la que estamos viviendo. No es sólo
cuestión de voluntad. Hacen falta muchos recursos económicos. Tras la hecatombe
europea que supuso la II Guerra Mundial, los EEUU acudieron raudos a reflotar
un mercado necesario para sus exportaciones. Ahora, Europa tiene que salvarse
sola. ¿Lo hará? No le queda otra. Una vez cedidas las soberanías monetarias
nacionales al Banco Central Europeo, es éste el que tiene que apechugar con la
crisis. Las dos principales opciones que se plantean son ideológicas:
mancomunar la deuda o hacer un préstamo a cambio de recortes que llaman ajustes.
La decisión es política. No es cuestión de norte y sur. Por eso el PP no ha
dudado en sumarse a los gobiernos que piden condicionar los préstamos. Ha
vuelto a hacer lo que siempre hizo, traicionar a su país, a su gente. Los
países de la Unión tienen recursos de sobra para hacer frente a la crisis
derivada de la pandemia. ¿Serán capaces de anteponer el esfuerzo solidario al
egoísmo nacional? Esa es la cuestión. La UE se juega su futuro. Volviendo a la
crisis financiera de 2008, entonces la UE sacrificó los servicios públicos y a
las personas en aras de salvar la Banca. ¿Volverá a hacerlo? Sería un grave
error. La actual crisis no tiene nada que ver con la que inauguramos el milenio.
Lo sabe Ángela Merkel y su porquero.
La complejidad de la realidad
política, obliga a adoptar medidas a diferentes niveles. Les nostres Corts han creado una
Comisión para estudiar posibles soluciones autonómicas. Por ella están pasando algunas
de las mentes mejor dotadas del País. El pasado 12 de junio, Joan Romero
desgranó su diagnóstico. Desde mejorar el sistema de financiación, a reforzar
la sanidad y la educación, pasando por apostar por el necesario cambio del
modelo energético y productivo. Pocas cosas quedaron en el tintero. Tal vez la
cultura, pariente pobre de todas las crisis, merecería mayor atención. ¿Cómo es
posible poder ver una corrida de toros y no un concierto en la misma plaza? Todo
el mundo coincide en que es necesario invertir más en sanidad, en educación y
en I+D+i, o sea en investigación y ciencia. Pero invertir de verdad, no hacer
el juego trilero de dar el dinero a concesiones privadas y recortar en
servicios públicos. Esa fórmula ya ha demostrado su rotundo fracaso. ¿O hace
falta una prueba más contundente? También habrá que poner límites a la
deslocalización de industrias básicas. No puede ser que la UE haya cerrado
todas sus fábricas de mascarillas, respiradores o geles hidroalcohólicos, por
poner unos ejemplos que todos tenemos presentes. Claro que para que eso se
produzca hace falta que la UE sea algo más que un club de jugadores de Bolsa. Habrá
que hacerlo posible.
Y eso, ¿cómo se paga? Pues con una fiscalidad más
justa. Por ejemplo, pagando impuestos las plataformas digitales que han hecho
su agosto con la pandemia. Tasa Tobin o Covid da igual como se llame.
URBANO GARCIA
Imagen: Equipo médico de una UCI con un enfermo por Covid-19. OMS
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