“Esta crisis no es el fin del mundo, sino el fin de un
mundo. Lo que se acaba (se acabó hace tiempo y no terminamos de aceptar su
fallecimiento) es el mundo de las certezas, el de los seres invulnerables y el
de la autosuficiencia”. En su último libro, Pandemocracia, Daniel
Innerarity reflexiona sobre la irrupción del virus SARS-CoV-2 en nuestras
vidas, sobre la pandemia y la crisis causada por la Covid-19 y el rastro de
muertes que está dejando a su paso. Una lectura necesaria en estos tiempos de
extraña anormalidad.
El pasado 8 de marzo, yo también fui a la manifestación
feminista por la igualdad que recorrió València. Estaba al corriente de los
estragos que un nuevo virus causaba en Wuhan, capital de la provincia china de
Huwei, pero creía que no era para tanto. Eso sí, aunque veía lejano el peligro,
me llamaba la atención las extremas medidas sanitarias que tomaban los chinos.
No era la primera vez que un virus de origen asiático encendía las alarmas.
¿Recuerdan la gripe aviar?, ¿y el SARS-1? Los chinos lograron reducir la
amenaza de estos virus y el asunto quedó en una gran estafa a costa de las
vacunas. Además, había peligros más próximos. El virus de la intolerancia y el
fascismo, por ejemplo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) aún no había
decretado la pandemia. “Más o menos como una gripe”, decían muchos expertos. Eso
creía yo, a pesar de ser un poco hipocondriaco. Cuando en plena epidemia de
SIDA, leí Zona Caliente de Richard Preston, cambió mi percepción de los
virus, especialmente del ébola. ¿Qué pasaría si un día apareciese un virus con
la letalidad del ébola, pero capaz de tener un largo periodo asintomático
durante el cual fuese muy contagioso? Yo entraba en modo pánico con solo imaginarlo.
El coronavirus que aún está entre nosotros, es peor de
lo que pensábamos. El balance podría haber sido mucho más letal si no nos
ponemos en cuarentena. Han sido tres meses, 14 semanas, casi 100 días, la
mayoría de ellos recluidos en casa. Es el breve resumen del extraño segundo trimestre
de 2020, en el que hemos descubierto qué es el confinamiento. Tres meses en los
que nos hemos percatado de la seguridad, pero también de las incomodidades de
las viviendas que habitamos. Cien días en los que hemos pasado de vivir con
ansiedad la distopia en la que nos hundíamos, a la angustia de temer volar
fuera del nido. Quienes pudimos, nos recluimos en nuestro confortable rincón.
Nos encerramos con el horario y los coletazos del invierno, y ahora salimos en
bañador y con playeras. Un salto al vacío, un largo paréntesis.
Casi al final de la cuarentena, hubo un momento en el
que soñé que el mundo al que saldríamos sería distinto. Sería mejor, menos
contaminado, menos estresante, más silencioso, más respetuoso con la naturaleza
… ¡Qué equivocado estaba! El ser humano es el animal que tropieza dos veces con
la misma piedra. Y nos cuesta aprender. El virus que ha venido ni es el primero
ni será el último. El SARS-CoV-2 nos ha pillado en un mundo globalizado,
interconectado para lo bueno y para lo malo. Nos llegó con los pilares del
estado del bienestar maltrechos tras años de neoliberalismo desregulador. Con
una sanidad, ejemplar en muchos aspectos, pero mal preparada para hacer frente
a una pandemia como ésta. Con unas sociedades en las que la desigualdad no para
de crecer. Nunca nos hizo más falta un Estado que en estas circunstancias. Pero
no un estado cualquiera. Necesitamos uno que sepa cuidar de su población,
empezando por la más vulnerable. También echamos en falta unas instituciones
internacionales que velen por la humanidad ante amenazas globales. No todo debe
supeditarse a la economía.
Desde que este virus cruzó el umbral de nuestras
vidas, no hemos dejado de confiar en la ciencia para hallar remedio. Eso que
hemos avanzado. Ni rogativas ni pócimas milagrosas nos sacarán de ésta. Aunque
sigue habiendo cazurros, no tienen mando en plaza. ¡Menos mal! Como en los buenos
relatos, el final de la crónica sobre el tránsito entre nosotros del SARS-CoV-2
aún está por escribir.
Imagen: Virus SARS-CoV-2 que causa la Covid-19. OMS
Buen articulo, pero aún queda mucha historia por escribir
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