Aunque no ha terminado el verano y la canícula aún aprieta, septiembre es buen mes para hacer balance de temporada. Los comercios hacen caja después de las rebajas, y los ciudadanos nos tentamos el bolsillo tras los excesos veraniegos. Los de 2011 pasarán a la historia. No tanto por lo que hicimos, sino por lo que hicieron por nosotros. Es lo que tiene delegar el poder de decisión, nunca está claro qué se puede hacer y qué no sin contar con la opinión de la ciudadanía. Viene a cuento esta reflexión por el epílogo con el que terminó agosto: una reforma constitucional exprés pactada entre los dos partidos con mayor representación parlamentaria para poner tope al endeudamiento público. Es posible que la medida fuera conveniente, incluso necesaria, para poner fin al excesivo derroche de algunos en los años de bonanza inmobiliaria. Pero suena a despotismo ilustrado que se intente hacer sin consultarnos. La percepción ciudadana es que perdemos capacidad de decisión a raudales. La crisis económica ha dejado al aire las vergüenzas del capitalismo de inicios del siglo XXI. Casi las mismas que las de finales del XIX.
PÁNICO
“Lo único a lo que debemos tener miedo es al propio miedo”, dijo Roosevelt en 1932, en su discurso de toma de posesión como presidente de unos Estados Unidos paralizados por el pánico ante la gran depresión. No hemos oído aún a ningún mandatario de ningún país pronunciarse con tanta rotundidad en los tres años que llevamos de la actual. Y mira que sobran los motivos. Los insaciables mercados, esos desalmados piratas que esquilman nuestros ahorros y nuestras esperanzas, no han parado de especular ni en agosto. El objeto de su codicia no es otro que el políticamente frágil euro. Una moneda de gran valor, pero sin un soporte adecuado. La moneda única europea es una buena presa. Al menos, mientras la todopoderosa Alemania no esté convencida de que sólo saldremos de la crisis con más y mejor Europa. Claro que el miedo tiene sus cómplices. No hay más que ver a quién beneficia.
El principal efecto del pánico es que aturde los sentidos e impide la reflexión. En ese estado comatoso es difícil votar con libertad. Un ideal para quienes aborrecen de las consultas populares. Y ya se sabe que quienes manejan los hilos de los mercados huyen de las urnas como gato del agua.
Poner un corsé al gasto público es lo contrario de lo que hizo Roosevelt. La gran apuesta del político demócrata para revitalizar la economía fue aumentar las inversiones y garantizar los salarios. Única forma de mantener el consumo y por tanto el crecimiento económico. El New Deal –el nuevo pacto con la ciudadanía- no le dio mal resultado. Salvó al país y de paso a la democracia. Ahora, tras haber gastado millones de euros en salvar a la banca, la derecha europea ha decidido hacer lo contrario. No podemos decir que contener el gasto y frenar las inversiones esté dando buenos resultados. Ni ha frenado el crecimiento del paro ni ha parado la especulación. Y el FMI azuzando el asalto neoliberal.
Eso sí, quienes están al acecho para hincarle el diente al Estado del Bienestar se frotan las manos. Las restricciones de gasto afectan directamente a los servicios públicos, esos que benefician a toda la sociedad. Dejar de prestarlos abre un nicho de negocio a la iniciativa privada. A pesar de que Rajoy ha dado orden a sus barones y baronesas territoriales para que no muevan ficha antes de las elecciones generales, en algunas autonomías ya se ve hacia dónde van los movimientos de la derecha. Educación y sanidad son el principal objeto de su tijera. En Madrid y en Murcia, en Santiago y en Valencia.
TALANTE
Agosto también trajo cambio de President. Del nuevo, Fabra, intuimos otro talante. Al menos por sus palabras. Los hechos siguen siendo inciertos. Manda la economía, y esa deja poco respiro. La valenciana es la autonomía más endeudada. Y ha sido el PP quien la ha llevado a la ruina. A Camps, ahora becario en el Consell Jurídic Consultiu presidido por su director de tesis, habría que pedirle cuentas por su gestión. Alberto Fabra estuvo en la reentré de los Desayunos de TVE. “Todos hemos jugado a ser mini estados”, respondió Fabra a Ana Pastor cuando ésta le preguntó por las Diputaciones. Si hay que adelgazar la administración bien estaría empezar por estos entes decimonónicos. El PP no está por la labor. Qué se lo pregunten al otro Fabra, a Carlos, ex presidente de la de Castellón y símbolo del clientelismo caciquil que instauró en el XIX el régimen de la Restauración. Claro que una cosa es ahorrar y otra que la derecha renuncie a esa covachuela de poder, por muy buen talante que luzca.
URBANO GARCÍA
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