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miércoles, 25 de enero de 2012

INTERVENIDOS

Hace unos días, esta tierra -otrora de oportunidades- veía como la agencia de calificación Standard & Poor’s rebajaba la nota de su deuda a los niveles de un país del llamado Tercer Mundo. De la noche a la mañana, se esfumaron los sueños de grandeza que nos vendieron los últimos ocupantes del Palau de la Generalitat. Sus bonos patrióticos convertidos en bonos basura. Ni Florida ni California, sencillamente Angola. O al menos así nos consideran esas empresas privadas que se dedican a poner nota a los países como quien pone tildes por estética. Pero esta calificación no es gratuita ni anecdótica. Es el baremo del que se sirven los bancos para hacer sus operaciones financieras. El valor que le dan a un país depende de su credibilidad para pagar sus deudas. Y la nuestra es cero, según ese criterio. Estas agencias de rating, oriundas del corazón de las tinieblas del capitalismo, ponen valor a todo lo que se compra y se vende, sin más miramientos. En ocasiones dan con hueso. Es lo que pasó con Francia. S&P rebajó la calificación gala de triple a doble A. Y el pequeño Nicolás montó en cólera. ¿Ha dicho algo Alberto Fabra sobre la devaluación de la deuda valenciana? Que sepamos no. El que calla, otorga. Y llegó la recesión.

NUESTRA DEUDA
                ¿Por qué Europa no monta su propia agencia? Buena pregunta. Tal vez porque a quienes mandan no les interesa. Alemania, principal beneficiaria del mercado creado con el euro, prefiere que sean empresas externas a la Unión las que nos valoren. Así todo parece más aséptico, y el precio más justo a la hora de tasar la intervención. La Unión interviene los países, como el gobierno de España lo hace en las autonomías. Con la excusa de la deuda, se interviene. Con la de la crisis, se suspende la democracia.   
Las agencias a veces aciertan en su diagnostico. La deuda valenciana, por ejemplo, era percibida como un agujero negro por cualquiera que tuviera ojos. No hay más que repasar el catálogo de despropósitos con los que se ha ido saqueando nuestro erario, todos a cargo del contribuyente. “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, dijo Fabra para justificar sus medidas de austeridad y recorte del gasto público. Claro que evitó señalar a los responsables del despilfarro. Los tenía justo al lado. Y no hay marcha atrás en el saqueo. Hasta el aeropuerto de Castellón está atado y bien atado. Tras el anuncio de que la Generalitat no puede hacerse cargo de él y rescinde el contrato, nos enteramos de que hay una cláusula que obliga a pagar más por la ruptura que por seguir atado a esa reserva de conejos. Algo parecido ocurre con la Fórmula 1. Será un negocio ruinoso hasta mucho después de que se acabe. Pues aixó u pague jo, pensó Rita emulando a Xavi Castillo. Serà per diners?, replicó su coro de fans.

LOS BOLSOS DE RITA
                Pues mira por donde que sí, que es cuestión de dineros. De los nuestros, sin ir más lejos. Porque de eso se trata, de saber cómo hemos sido esquilmados y engañados por unos administradores que lo único que les preocupaban eran las hechuras de sus levitas. El juicio a la punta del iceberg que es el caso de los trajes gratis total a Camps y Costa, está deparando muchas sorpresas. “Todos los políticos y funcionarios reciben regalos por Navidad”, dijo Rita ante los periodistas cuando se supo que los de la Gürtel también agasajaban a la edila con selectos bolsos de Vuitton. No tardó un funcionario, Alfons Puncel, en presentar una querella por injurias. Vendrán más. Y es que mientras la edila es agasajada con costosos regalos, los funcionarios ven como sus nóminas menguan a golpe de decreto. Rita debería hacer como Blasco, salir a la palestra, pedir disculpas y le serían perdonados sus pecados. O como Camps que busca la redención en la lectura. Es lo que hizo el otro día nuestro santo mártir. Se llevó lectura a las sesiones de su juicio. Ni más ni menos que La ruta antigua de los hombres perversos del filósofo francés Girard. La próxima semana tal vez se lleve El chivo expiatorio del mismo autor. Yo le recomiendo La conjura de los necios. Tal vez no se identifique tanto con Ignatius Reilly como lo hace con el santo Job, pero sin duda se reiría más. Y ya se sabe que la risa es el mejor antídoto contra cualquier paranoia. 
                 
URBANO GARCÍA

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