Vivimos tiempos de vísceras.
Tiempos viscerales, podríamos decir. Aunque no tanto como en épocas en que la
visceralidad se dirimía a mamporrazos. En algo hemos evolucionado. Pues a pesar
de eso, la casquería está al orden del día. No hay más que oír a algunos
tertulianos amb molt poc trellat, como Mariló Montero en la
tele pública, para percatarnos de toda la bazofia que con la excusa de hablar
de vísceras nos meten en nuestro coco. “Yo no querría esos órganos. No está científicamente
comprobado, pero nunca se sabe si ese alma está trasplantada también en ese
órgano”, dijo Mariló tras alegrarse por la decisión de la Organización Nacional
de Trasplantes de no usar, por motivos que nunca se hacen públicos, los órganos
de Juan Carlos Alfaro, autor de la tragedia de El Salobral (Albacete). La
visceralidad de Mariló se convierte así en coartada para su ignorancia.
Vísceras como símbolos
de nuestro tiempo. Y viscerales suelen ser las apelaciones a algunos símbolos,
ahora y siempre. Patria, bandera, himno,… a menudo llevan consigo un toque a eso
que llamamos corazón. Tras el llamamiento exacerbado a los sentimientos, con
frecuencia viene el fanatismo, la exclusión y la bronca. Nada nuevo. Del tema
sabemos mucho los valencianos. Durante la Transición, nuestros sentimientos
fueron manipulados con espurios fines políticos. Una maniobra dirigida por una
derecha que, tras la muerte del dictador, dominaba muchas instituciones y usó
la visceralidad para combatir a la izquierda hegemónica. Lecciones de la
historia. Suele ocurrir que cuando la derecha barrunta problemas se inviste de
patriota para concitar adhesiones. Funciona si no se está prevenido. Ahora, un
PP valenciano en apuros quiere tapar sus vergüenzas apelando al patriotismo. A estas
alturas, muy pocos caen en la trampa.
PATRIOTISMO
De poco sirve apelar a los símbolos cuando la caja
está vacía. Ya se encargaron los falsos patriotas de malbaratar los caudales. La
Generalitat está en bancarrota tras años de excesos. “No entiendo cómo después
de la bacanal queda algo de dinero para pagar a los funcionarios cada mes”,
decía el periodista Xavier Latorre en un artículo reciente. Milagro es que no
se oigan en la calle más voces de protesta por la incapacidad del Consell para solucionar los problemas,
creados en gran parte por los mismos que siguen gobernando. Nuestra economía
está en estado de coma. El tejido industrial desmantelado. El campo sembrado de
urbanizaciones inacabadas. Uno de cada cuatro valencianos/as en el paro. Una de
las tasas más altas de toda la Unión Europea. Y sigue creciendo. Nuestra
financiación es una las peores del Estado. Y eso que según el PP, con Rajoy en
la Moncloa mejoraría. Pues vamos a peor. Tan solo hay que echar una mirada a
los Presupuestos Generales. A la injusticia, el Consell suma ahora el ridículo al ser rechazadas sus enmiendas por
el fuego amigo del mismo partido que lo sustenta, el PP. Del recorte no se
salva ni el eje mediterráneo, al que el gobierno de Rajoy da un golpe de gracia
al desviar las inversiones hacia el eje central. Elección puramente ideológica.
¿Y qué decir de las entidades financieras? Extinguidas tras enladrillar el
país. Eso sí, dejando un reguero de cadáveres.
DRAMAS
Tenía que pasar y pasó. Es lógico, la cuerda está
demasiado tensa. La gente sufre y algunos llevados por su desesperación cruzan la
frontera de lo irreversible. Ocurrió en Granada. Volvió a ocurrir en Burjassot
con final menos trágico. Ocurre en otros sitios, pero no se dice o no queremos
oírlo. La crisis mata, literalmente. Ya no es sólo un grito en una pancarta del
15M. Esa cruel realidad está llamando a nuestra puerta. No vivimos en un estado
fallido. No somos Grecia ni Túnez, aunque algunos con sus políticas estén
empeñados en que lo seamos a velocidad de crucero. Hasta ahora, nadie desde el
poder –ejecutivo, legislativo o judicial- ha hecho caso a las voces que claman
contra los desahucios. Las voces de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca,
de los partidos que piden la dación en pago, incluso la Iniciativa Legislativa
Popular siguen siendo ninguneadas por quienes tienen responsabilidades de
gobierno.
Los mismos
bancos que inflaron la burbuja inmobiliaria con créditos baratos para todo el
mundo, aplican una ley de 1909 para desahuciar a quienes no pueden hacer frente
a su hipoteca. Incluso aquellos bancos que se han salvado del naufragio gracias
a la inyección de dinero público aplican la ley con frialdad de usurero. No
tienen escrúpulos para dejar sin techo a la gente. No es justo, ni aquí ni en
Constantinopla. ¿Es que el gobierno no piensa hacer nada para frenar esta barbarie?
¿Es que el Consell no tiene nada que
decir ante la extensión de estos dramas?
URBANO GARCÍA
urbanogarciaperez@gmail.comFOTO: Urbano García