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jueves, 18 de octubre de 2012

PUZZLE AUTONÓMICO


         ¿Qué le ocurre a una olla a presión que está al fuego si se le obstruye la válvula? El vapor tiende a buscar una salida. Si no la encuentra, la olla explota. Sí, ya sé que es una comparación un tanto burda, pero me sirve para ilustrar, aunque sea un poco, lo que está ocurriendo en Catalunya.
La búsqueda de una mejor financiación por parte de los diferentes gobiernos catalanes (CiU y tripartito) ha chocado con la cerrazón de la derecha españolista. ¡Sí!, españolista es el único calificativo que se me ocurre. Al PP no le gustó la reforma del Estatut, ni el pacto fiscal. El PP no ha hecho más que poner trabas políticas y judiciales a las posibles soluciones. Solo sabe poner palos a las ruedas de la democracia y negarse al diálogo. Su intransigencia a la negociación es el mejor alimento al fuego del independentismo. Digan lo que digan Aznar, Rajoy o su porquero.
La cuestión podría reducirse a un choque de trenes entre diferentes nacionalismos: el españolista y el catalanista. Sería simplificar demasiado. El encaje pactado en 1977 entre Suárez y Tarradellas demostró su capacidad para aminorar las tensiones nacionalistas. Pero los años no han pasado en balde y han dejado al aire las limitaciones de aquel pacto. “El café para todos”, en que terminó siendo el proceso descentralizador del Estado, dejó insatisfechas a las nacionalidades históricas. A excepción del País Vasco y Navarra que con los fueros y el concierto económico se colocaron muy por encima del resto, al menos en recursos económicos. 
No todo lo que propone CiU es trigo. Tras su bandera independentista oculta su incapacidad para aplicar un modelo distinto al de los recortes. Habría que recordar cómo en ocasiones la burguesía ha tapado las protestas sociales bajo la capa nacionalista. Sin duda, CiU busca la mayoría absoluta adelantando las elecciones al 25N. Su plebiscito.
Pero el problema de la financiación deficiente no es único de Catalunya. También lo sufren el resto de autonomías. En el fondo está el modelo de Estado salido de la Transición. Un modelo con síntomas de agotamiento. Un modelo que no era ni chicha ni limoná, ni centralista ni federal. Su inestabilidad es fuente de numerosas tensiones. Luego están las dinámicas creadas con el proceso descentralizador que han impregnado el comportamiento de todos los partidos, incluido el Popular. Son factores a tener en cuenta a la hora de buscar salidas al actual impasse autonómico.

CENTRIPETAR
                A perro flaco todo son pulgas. Con el estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera todo fue a peor. Para reducir la deuda pública, el PP solo sabe recortar gastos y eliminar servicios. Medidas que traslada a los gobiernos autonómicos. Y éstos, gestores de una parte importante del Estado del bienestar, en especial sanidad, educación y dependencia, recortan en sus competencias, dejando a una gran parte de la población con una atención deficiente. Lo hacen en un momento de dificultades económicas para muchas familias que, de este modo, se ven injusta y doblemente golpeadas. A todo esto, la crisis está siendo aprovechada por el PP para refundar el Estado centralista, quitando competencias y sometiendo a las autonomías a un estricto control ideológico. ¡Sí!, ideológico. Porque el PP aplica su ideología, por ejemplo, cuando impide que cada autonomía gestione el gasto farmacéutico como mejor considere. O cuando anula competencias educativas e impone una nueva Formación del Espíritu Nacional en lugar de Ciudadanía.
A esta fuerza centrípeta se oponen otras centrífugas que piden más autonomía. Una vindicación no solo catalana y de CiU, también compartida por otros partidos y en otros territorios. No es nuestro caso. Aquí, con Rajoy en la Moncloa, el PP valenciano no reclama nada. O lo hace de boquilla. Ni eje mediterráneo ni mejor financiación. El vasallaje de Fabra a Mariano da grima. Total sumisión política y económica. Y la autonomía en conserva. Así estamos. 

FEDERAR
                 El encaje del hecho diferencial, como dicen algunos, no es nuevo en nuestro país. No hay más que releer a Pi i Margall para ver que algunos debates siguen vivos desde hace siglos. Claro que tras la Primera República (1874) el federalismo no gozó de buena prensa. No es justo. La federal puede ser una buena solución para el siglo XXI. Para España y para Europa. No hay que olvidarse de la compleja situación de Bélgica o de cómo integrar a las minorías en una Europa cuyas fronteras interiores han sido rediseñadas en numerosas ocasiones durante los últimos siglos.
                Para empezar, podríamos darle al Senado alguna función. No estaría mal como cámara federal. O si no cerrarlo, que en tiempos de crisis hay otros sitios en los que se puede ahorrar antes que recortar en comida y salud.           
URBANO GARCÍA

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