¿Qué le ocurre a una olla a
presión que está al fuego si se le obstruye la válvula? El vapor tiende a
buscar una salida. Si no la encuentra, la olla explota. Sí, ya sé que es una
comparación un tanto burda, pero me sirve para ilustrar, aunque sea un poco, lo
que está ocurriendo en Catalunya.
La
búsqueda de una mejor financiación por parte de los diferentes gobiernos
catalanes (CiU y tripartito) ha chocado con la cerrazón de la derecha
españolista. ¡Sí!, españolista es el único calificativo que se me ocurre. Al PP
no le gustó la reforma del Estatut,
ni el pacto fiscal. El PP no ha hecho más que poner trabas políticas y
judiciales a las posibles soluciones. Solo sabe poner palos a las ruedas de la
democracia y negarse al diálogo. Su intransigencia a la negociación es el mejor
alimento al fuego del independentismo. Digan lo que digan Aznar, Rajoy o su
porquero.
La
cuestión podría reducirse a un choque de trenes entre diferentes nacionalismos:
el españolista y el catalanista. Sería simplificar demasiado. El encaje pactado
en 1977 entre Suárez y Tarradellas demostró su capacidad para aminorar las
tensiones nacionalistas. Pero los años no han pasado en balde y han dejado al
aire las limitaciones de aquel pacto. “El café para todos”, en que terminó siendo
el proceso descentralizador del Estado, dejó insatisfechas a las nacionalidades
históricas. A excepción del País Vasco y Navarra que con los fueros y el
concierto económico se colocaron muy por encima del resto, al menos en recursos
económicos.
No todo
lo que propone CiU es trigo. Tras su bandera independentista oculta su
incapacidad para aplicar un modelo distinto al de los recortes. Habría que
recordar cómo en ocasiones la burguesía ha tapado las protestas sociales bajo
la capa nacionalista. Sin duda, CiU busca la mayoría absoluta adelantando las
elecciones al 25N. Su plebiscito.
Pero el
problema de la financiación deficiente no es único de Catalunya. También lo sufren el resto de autonomías. En el fondo
está el modelo de Estado salido de la Transición. Un modelo con síntomas de
agotamiento. Un modelo que no era ni
chicha ni limoná, ni centralista ni federal. Su inestabilidad es fuente de numerosas
tensiones. Luego están las dinámicas creadas con el proceso descentralizador
que han impregnado el comportamiento de todos los partidos, incluido el
Popular. Son factores a tener en cuenta a la hora de buscar salidas al actual impasse autonómico.
CENTRIPETAR
A perro flaco todo son pulgas. Con el estallido de la
burbuja inmobiliaria y la crisis financiera todo fue a peor. Para reducir la
deuda pública, el PP solo sabe recortar gastos y eliminar servicios. Medidas
que traslada a los gobiernos autonómicos. Y éstos, gestores de una parte
importante del Estado del bienestar, en especial sanidad, educación y
dependencia, recortan en sus competencias, dejando a una gran parte de la
población con una atención deficiente. Lo hacen en un momento de dificultades
económicas para muchas familias que, de este modo, se ven injusta y doblemente
golpeadas. A todo esto, la crisis está siendo aprovechada por el PP para
refundar el Estado centralista, quitando competencias y sometiendo a las
autonomías a un estricto control ideológico. ¡Sí!, ideológico. Porque el PP
aplica su ideología, por ejemplo, cuando impide que cada autonomía gestione el
gasto farmacéutico como mejor considere. O cuando anula competencias educativas
e impone una nueva Formación del Espíritu Nacional en lugar de Ciudadanía.
A esta
fuerza centrípeta se oponen otras centrífugas que piden más autonomía. Una
vindicación no solo catalana y de CiU, también compartida por otros partidos y
en otros territorios. No es nuestro caso. Aquí, con Rajoy en la Moncloa, el PP
valenciano no reclama nada. O lo hace de boquilla. Ni eje mediterráneo ni mejor
financiación. El vasallaje de Fabra a Mariano da grima. Total sumisión política
y económica. Y la autonomía en conserva. Así estamos.
FEDERAR
El encaje del
hecho diferencial, como dicen algunos, no es nuevo en nuestro país. No hay más
que releer a Pi i Margall para ver que algunos debates siguen vivos desde hace
siglos. Claro que tras la Primera República (1874) el federalismo no gozó de
buena prensa. No es justo. La federal puede ser una buena solución para el
siglo XXI. Para España y para Europa. No hay que olvidarse de la compleja
situación de Bélgica o de cómo integrar a las minorías en una Europa cuyas
fronteras interiores han sido rediseñadas en numerosas ocasiones durante los
últimos siglos.
Para empezar, podríamos darle al Senado alguna función.
No estaría mal como cámara federal. O si no cerrarlo, que en tiempos de crisis
hay otros sitios en los que se puede ahorrar antes que recortar en comida y
salud.
URBANO GARCÍA
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