Siempre hay alguien que la paga. Los que escurren el
bulto sin hacer frente a sus deudas las cargan sobre las espaldas del resto de
ciudadanos. Estamos hartos de verlo y sufrirlo. Pero la ciudadanía es muy resignada.
Su nivel de tolerancia está muy por encima del demostrado por algunos de sus
representantes. Los trileros de la política se escudan en lo público para
engordar sus negocios privados. Tacita a
tacita que dicen en Valencia, van engordando sus cuentas. Así es fácil jugársela.
Con dinero público no hay riesgo si la empresa fracasa. No pasa nada si la
cubierta del palacio de la ópera se abomba a pesar de sus elevados sobrecostes.
Nadie da explicaciones si un aeropuerto inaugurado hace años no tiene aviones, pero
sí un caro mantenimiento. De algunos proyectos ruinosos queda constancia
física. De otros, ni rastro. Fueron humo y se disolvieron en el tiempo. Eso sí,
dejaron numerosas facturas sin pagar, compromisos sin cumplir, obras sin hacer.
Muchos nos preguntamos cómo fue posible este saqueo del erario sin que se
dieran cuenta los encargados de custodiarlo. O no se percataron o no quisieron
verlo. No hay mayor ciego que el que no quiere ver.
INTERESES
Todos
esos gastos públicos “por encima de nuestras posibilidades” tienen
responsables. Pero nadie responde de los despilfarros, ni judicial ni
políticamente. Un déficit democrático que algún día tendremos que subsanar. De
aquellos excesos seguiremos pagando intereses durante muchos años. Alguien con
nombre y apellidos ha puesto una pesada losa sobre nuestro futuro. ¿Es justo?
Creo que no. Nadie nos pidió permiso para acometer determinados excesos. Dicen
los despilfarradores que tenían la legitimidad de las urnas. Pero los votos
nunca deberían dar patente de corso para hacer lo que se quiera. En democracia
hay límites que debe poner la ciudadanía. Claro que para eso es necesaria una
ciudadanía dispuesta a cumplir sus deberes, pero también decidida a exigir sus
derechos. No siempre ocurre. La sociedad valenciana, por ejemplo, parece
aquejada de la docilidad de los bueyes. No se entiende de otra forma tanta
pasividad y complacencia con sus matarifes. Que la ciudadanía tome conciencia
de su poder es condición necesaria para la democracia. En el caso valenciano,
una conciencia demasiado débil como para superar su incapacitante sumisión. Pero
nada es eterno. La actual crisis debería obligarnos a ser más conscientes, a
pensar más en las consecuencias, a exigir más a quienes temporalmente tienen la
responsabilidad de administrar el patrimonio colectivo. Si no lo hacemos, los
trileros de la política seguirán mangoneando tranquilamente. Mientras, en
previsión de que algún día despertemos, el gobierno prepara toda una serie de mecanismos
para hacer más eficaz su censura.
MORDAZA
Ahora,
cuando nos roban nuestro futuro. Cuando día a día nos recortan más derechos.
Cuando devalúan nuestra democracia a golpe de prima de riesgo. Cuando la
corrupción corroe los cimientos del Estado de Derecho. Cuando la perversión del
lenguaje alcanza cotas sólo imaginadas por Orwell. Cuando el poder económico
hace del empobrecimiento de la mayoría un arma de destrucción masiva. Cuando el
gobierno protege a los corruptos y desampara a los ciudadanos. Cuando se
agranda al abismo social. Cuando además de puteados somos apaleados. Cuando la
sociedad más necesita saber qué es lo que verdaderamente pasa… En este momento
es cuando más temen la libertad de expresión quienes tienen la sartén por el
mango y el mango también. Por eso no dudan en censurarla, en amordazarla. Por
eso no vacilan en privatizar sus antiguos instrumentos de propaganda costeados
con dinero público. Y amenazan a sus antiguos aliados para hacerlos cómplices
de su silencio. Todo eso está ocurriendo aquí y ahora.
Hace
unos días, casi un millar de trabajadores y trabajadoras de RTVV recibieron un
correo electrónico de la empresa notificándoles la rescisión unilateral de su
contrato. Cuando más necesitamos unos medios de comunicación públicos libes, el
Consell jibariza más los suyos
prescindiendo de centenares de profesionales. Poco antes, dirigentes del PP
amenazaron a una televisión privada, conocida por sus escarceos con la basura,
con represalias si seguían hablando del caso Bárcenas. Amenazas que han
extendido a otras ofertas privadas para que censuren los contenidos de
determinados programas que diseccionan la actualidad con rigor y
profesionalidad. Con la libertad de expresión bajo custodia, hacía tiempo que nuestra
frágil democracia no corría tanto peligro. Esa factura también la estamos pagando.
URBANO GARCIA
FOTO: Urbano García
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