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domingo, 7 de abril de 2013

LA FACTURA

Siempre hay alguien que la paga. Los que escurren el bulto sin hacer frente a sus deudas las cargan sobre las espaldas del resto de ciudadanos. Estamos hartos de verlo y sufrirlo. Pero la ciudadanía es muy resignada. Su nivel de tolerancia está muy por encima del demostrado por algunos de sus representantes. Los trileros de la política se escudan en lo público para engordar sus negocios privados. Tacita a tacita que dicen en Valencia, van engordando sus cuentas. Así es fácil jugársela. Con dinero público no hay riesgo si la empresa fracasa. No pasa nada si la cubierta del palacio de la ópera se abomba a pesar de sus elevados sobrecostes. Nadie da explicaciones si un aeropuerto inaugurado hace años no tiene aviones, pero sí un caro mantenimiento. De algunos proyectos ruinosos queda constancia física. De otros, ni rastro. Fueron humo y se disolvieron en el tiempo. Eso sí, dejaron numerosas facturas sin pagar, compromisos sin cumplir, obras sin hacer. Muchos nos preguntamos cómo fue posible este saqueo del erario sin que se dieran cuenta los encargados de custodiarlo. O no se percataron o no quisieron verlo. No hay mayor ciego que el que no quiere ver. 



INTERESES

            Todos esos gastos públicos “por encima de nuestras posibilidades” tienen responsables. Pero nadie responde de los despilfarros, ni judicial ni políticamente. Un déficit democrático que algún día tendremos que subsanar. De aquellos excesos seguiremos pagando intereses durante muchos años. Alguien con nombre y apellidos ha puesto una pesada losa sobre nuestro futuro. ¿Es justo? Creo que no. Nadie nos pidió permiso para acometer determinados excesos. Dicen los despilfarradores que tenían la legitimidad de las urnas. Pero los votos nunca deberían dar patente de corso para hacer lo que se quiera. En democracia hay límites que debe poner la ciudadanía. Claro que para eso es necesaria una ciudadanía dispuesta a cumplir sus deberes, pero también decidida a exigir sus derechos. No siempre ocurre. La sociedad valenciana, por ejemplo, parece aquejada de la docilidad de los bueyes. No se entiende de otra forma tanta pasividad y complacencia con sus matarifes. Que la ciudadanía tome conciencia de su poder es condición necesaria para la democracia. En el caso valenciano, una conciencia demasiado débil como para superar su incapacitante sumisión. Pero nada es eterno. La actual crisis debería obligarnos a ser más conscientes, a pensar más en las consecuencias, a exigir más a quienes temporalmente tienen la responsabilidad de administrar el patrimonio colectivo. Si no lo hacemos, los trileros de la política seguirán mangoneando tranquilamente. Mientras, en previsión de que algún día despertemos, el gobierno prepara toda una serie de mecanismos para hacer más eficaz su censura.       

           

MORDAZA

            Ahora, cuando nos roban nuestro futuro. Cuando día a día nos recortan más derechos. Cuando devalúan nuestra democracia a golpe de prima de riesgo. Cuando la corrupción corroe los cimientos del Estado de Derecho. Cuando la perversión del lenguaje alcanza cotas sólo imaginadas por Orwell. Cuando el poder económico hace del empobrecimiento de la mayoría un arma de destrucción masiva. Cuando el gobierno protege a los corruptos y desampara a los ciudadanos. Cuando se agranda al abismo social. Cuando además de puteados somos apaleados. Cuando la sociedad más necesita saber qué es lo que verdaderamente pasa… En este momento es cuando más temen la libertad de expresión quienes tienen la sartén por el mango y el mango también. Por eso no dudan en censurarla, en amordazarla. Por eso no vacilan en privatizar sus antiguos instrumentos de propaganda costeados con dinero público. Y amenazan a sus antiguos aliados para hacerlos cómplices de su silencio. Todo eso está ocurriendo aquí y ahora.

            Hace unos días, casi un millar de trabajadores y trabajadoras de RTVV recibieron un correo electrónico de la empresa notificándoles la rescisión unilateral de su contrato. Cuando más necesitamos unos medios de comunicación públicos libes, el Consell jibariza más los suyos prescindiendo de centenares de profesionales. Poco antes, dirigentes del PP amenazaron a una televisión privada, conocida por sus escarceos con la basura, con represalias si seguían hablando del caso Bárcenas. Amenazas que han extendido a otras ofertas privadas para que censuren los contenidos de determinados programas que diseccionan la actualidad con rigor y profesionalidad. Con la libertad de expresión bajo custodia, hacía tiempo que nuestra frágil democracia no corría tanto peligro. Esa factura también la estamos pagando.

URBANO GARCIA

FOTO: Urbano García

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