Era el desfile más esperado -una década ha tardado en
producirse-, y su impacto mediático no ha defraudado. Otra cosa será lo que al
final dicte la Justicia. Ya sabemos que su ceguera, a veces, es algo más que un
símbolo. Esa falta de visión, o mejor dicho esa vista para juzgar según quién y
cómo, es lo que más la desacredita a ojos de la ciudadanía. Que el cacique de
Castellón, hijo, nieto y biznieto de caciques, se siente en el banquillo no es
asunto baladí, sea cual sea la sentencia. Supone sentar en el banquillo una
forma de hacer política que ha socavado los cimientos de la Política –así con
mayúsculas- que tanto costó reinstaurar tras la muerte del dictador. ¿Es el fin
de una dinastía? Posiblemente, no. Ya se ha encargado el propio Carlos Fabra de
perpetuar el linaje. Como sus antepasados, él también ha velado por sus herederos.
Y ahí está su hija, Andrea, tomando el relevo político del padre. Claro que Don
Carlos no se ha valido de los resortes de aquel régimen de la Restauración que
tanto hizo por el caciquismo del siglo XIX y XX. No, ahora estamos en otra
onda. Ahora quién mejor representa ese espíritu es el Partido Popular. Y no
sólo en el caso de Carlos Fabra. Ahí está el gallego José Luis Baltar –por
cierto, también con problemas judiciales- para confirmar una regla cuya
generalización puede parecer exagerada, además de injusta.
Volvamos
a Don Carlos. Tras el empujón a su hija, Andrea, ésta ha demostrado con creces
que se vale sola. Su matrimonio con el ex Consejero de Sanidad de Esperanza
Aguirre, Juan José Güemes, la puso en la cresta de la ola. Si su marido impulsó
la privatización de la sanidad pública madrileña más allá de la prudencia,
Andrea se destapó un día con un “¡Qué se jodan!” -dedicado a las personas sin
trabajo- que llegó a los últimos confines del planeta internet. Lo de Güemes
aún da que hablar. Primero por su efímero paso por una de las empresas
beneficiadas por su ola privatizadora. Una desvergüenza digna de figurar en los
anales del saqueo. Ahora, por la sentencia contra las privatizaciones de la
sanidad madrileña iniciadas por él.
A Don
Carlos, como a Al Capone, la justicia le tiene encausado por un problema
accidental. El trato a favor a su empresa de fertilizantes podría ser tan solo
la punta de un iceberg de corrupción cuyos detalles no alcanzamos ni siquiera a
imaginar. En la web de Rokambole le están sacando punta a este filón
informativo.
EL PENDÓN
En la
semana de las exaltaciones patrióticas, hay que sacar a pasear los pendones. Todos
son de conquista. Uno, la oriflama guardada en el Ayuntamiento, recuerda aquel
9 de octubre de 1238 en que las tropas catalano-aragonesas del rey Jaume I
entraron en la ciudad de Balansiya, hoy Valencia, negociando la entrega de la medina y
su hinterland, y enviando al exilio a su rey Zayyan ibn Mardanish. Los
conquistadores impusieron su lengua y sus costumbres, nada distinto a lo que
hace cualquier potencia dominante. En fechas tan dadas a la tergiversación,
bien está ojear La Valencia musulmana
que Vicente Coscollá publicó hace una década. Claro que sobre la realidad
histórica se ha ido superponiendo un espeso manto ideológico que dificulta
distinguir el grano de la paja. En medio de la procesión cívica, Rita impuso un
tedeum a modo de filtro de pureza ideológica que ahora nos quiere vender como
parte de la tradición. ¡No señora!, el tedeum es un invento suyo que nada tiene
que ver con una celebración ciudadana. Posiblemente, tras su derrota en las
urnas, al tedeum le ocurra lo mismo que a algunas de las costumbres sarracenas,
que quede relegado al rincón de los recuerdos de un nacionalcatolicismo que
gobernó Valencia durante dos décadas de ignominia.
LA FINANCIACIÓN
Por encima de tradiciones más o
menos consolidadas, está la realidad del día a día. Lo cierto es que la
ciudadanía valenciana, del Sénia al Segura, recibe del Estado menos por
habitante que el resto. Una financiación deficiente que, unida al despilfarro,
nos sitúan al borde del abismo. Con las arcas públicas limpias como una patena
y una deuda acumulada de millones de euros, somos rehenes de unos gestores que
han dilapidado nuestro patrimonio. Mientras nos endeudaban con trampantojos
arquitectónicos y ruinosos eventos, desmantelaban nuestro tejido industrial.
Ahora estamos sin defensas para recuperarnos de la crisis. Así es como
entienden estos patriotas de pacotilla velar por los intereses de la mayoría. Tardan
en irse.
URBANO GARCIA
urbanogarciaperez@gmail.comIMAGEN: Entrada de Jaume I a València. Mural de Salses.
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