¿Qué queda de aquella Europa de los ciudadanos de la
que tanto se hablaba en los 90’? Nada. La eurozona se ha convertido en un
paraíso para el capital financiero. Nunca fue otra cosa. La crisis ha acentuado
su sesgo neoliberal. La troika –el FMI y sus otras dos patas europeas- piensa
más en los mercados que en las personas. Por eso no extraña que la ciudadanía
responda con la indiferencia, cuando no con el escepticismo. En ese caldo de
cultivo crece la extrema derecha. Hace un par de semanas, Le Nouvel Observateur publicó un sondeo que daba al Frente Nacional
de Marine Le Pen la mayor intención de voto de su historia, superando a la
derecha republicana. Sarkozy allanó el camino a una derecha extrema que ahora
está eufórica. Francia no es una excepción. Ocurre en gran parte de los países
de la Unión, especialmente en los más castigados por las políticas de
austeridad. Se vio en Grecia, hasta que un desacreditado Antonis Samarás ha
tenido que pararle los pies a un Amanecer Dorado con licencia para matar. Este
resurgir de la intolerancia no es nuevo. No hay más que repasar la historia
europea del siglo XX, y ver cómo respondieron a las crisis algunas de sus
élites dirigentes, dando alas al fascismo y levantando muros de insolidaridad y
proteccionismo.
FRONTERAS
Desde
un punto de vista no eurocéntrico, el Viejo Continente tan solo es una
península periférica del inmenso continente euroasiático. Apenas un divertículo
en la geografía terrestre, pero que concentra una parte importante de la
riqueza mundial. Sus principales zonas fronterizas están al este y al sur. La
meridional tiene un pequeño brazo de mar como único obstáculo. Tal vez por eso,
los muros que ha levantado la Unión Europea están hechos especialmente con
leyes. Valgan de ejemplo los acuerdos de Schengen vigentes desde 1995. Esos muros
legales no son contención suficiente para evitar que la desesperación los
sobrepase. De eso huyen los que buscan en tierras europeas su tabla de
salvación. Algunos, demasiados, lo único que encuentran es la muerte en su
viaje al paraíso. Estos días, la conciencia de la etérea ciudadanía europea
está siendo lacerada con las imágenes de cientos de inmigrantes ahogados a las
puertas del Edén. “No podemos esperar a Europa”, dice el primer ministro
italiano, Enrico Letta, sacudido también por la continúa repetición de la
tragedia y de su imagen en aguas de la isla de Lampedusa. Y es que Europa,
aparte de ponerles medallas cuando están muertos, no sabe qué hacer con los
inmigrantes. O los encierra transitoriamente en centros de internamiento que
recuerdan infiernos que creíamos superados, o los deja morir en medio del Mare Nostrum. También en la política
migratoria, la Unión muestra su casi total inoperancia. Incapaz de articular un
sistema de acogida, deja en manos de los países el control de sus fronteras.
Responsabilidad que supera a los del sur.
SUELDOS
Sostiene
la Unión que las fronteras entre los países europeos ya no existen. Falso. Los
ciudadanos no gozan de la libertad de movimientos de los capitales, ni siquiera
para ir a trabajar. Casi 30 millones de personas sin empleo certifican el
fracaso de la Unión como motor económico. Su única receta: bajar los costes
laborales. A ello se aplica el gobierno de Rajoy, aunque como de costumbre nos
mienta. “Los salarios no están bajando, están moderando su crecimiento”, dice
Montoro. Dice lo que dice a ver si cuela. ¡Pues no! No cuela. “Es amarga la
verdad”, dice el poeta. Ahí están los datos: los salarios han disminuido en
nuestro país más del 10%. Eso y el alto índice de paro explican que el consumo
de las familias se haya desplomado. Hace tiempo que Cáritas lo lleva denunciando.
La crisis y las recetas de austeridad para salir de ella que se están
aplicando, aumentan las desigualdades sociales. Hoy, hay más pobres y los ricos
lo son más. Cambiar el país y cambiar Europa, ese es el reto. Un cambio para
limpiar la política, empezando por la de aquí. Hacienda ha ratificado la
investigación policial que ve claros indicios de financiación ilegal en el PP
valenciano en tiempo electoral. Un comportamiento delictivo que, a buen seguro,
tendrá consecuencias en los tribunales y en las urnas. La Gürtel aún tiene
cuerda para rato. “Vergonya cavallers,
vergonya!”, que cantaba Al Tall.
URBANO GARCIA
FOTO: Telecinco.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario