Los buenos gobernantes
suelen dejar un buen recuerdo. A todos nos gusta quedar bien y no caer en el
olvido. Pero algunos no saben o no pueden hacerlo mejor. Lo suyo es dejar mal sabor
de boca. ¿Qué recordamos de Suarez? ¿De Aznar? ¿Y de Felipe González o de ZP? Como
en el teatro, las salidas de escena de los políticos también tienen su importancia.
Todos los mandatarios saben cómo entran. Casi siempre, tras ganar unas
elecciones. En el casi está Fabra, Alberto, que nunca fue candidato a presidir
lo que ahora preside. Más difícil es saber cómo van a abandonar la escena. Suelen
hacerlo porque pierden apoyo en las urnas. Pero hay excepciones. Ahí está la
salida de Camps de la presidencia del Consell
como muestra de excepcionalidad. Tampoco es igual el paisaje que dejan los
mandatarios tras su paso por las más altas responsabilidades. Los hay que mejor
olvidarlos. Otros alimentan la añoranza. Si hacemos caso a las encuestas,
estamos asistiendo a los últimos coletazos del PP al frente de las
instituciones valencianas. ¡Sí!, ya sé que la única encuesta válida es la de
las urnas. Pero, ¿no hay suficientes indicios de que estamos ante un final de
régimen? Tal vez. Y, ¿qué quedará en el recuerdo del pueblo valenciano de dos
décadas de hegemonía del PP? Algunos gobernantes parecen empeñados en dejar por
herencia un erial.
MODERNIDAD
Hace 25 años, una gran mayoría de valencianos
estábamos orgullosos de haber descubierto por fin la modernidad. La artística,
¡claro! Había sobrados motivos para el orgullo. Finiquitada la larga noche de
piedra, nada nos impedía reencontrarnos con lo mejor de nuestro pasado. El
escultor Julio González formaba parte de ese pretérito negado. En torno a él, a
su magnífica obra, se articuló un museo con voluntad de servir de escaparate a
una modernidad nunca totalmente asumida. Así nació el IVAM. El buque insignia
de un renacer cultural al que no tardaron en cortarle las alas. Un cuarto de
siglo después, el museo languidece asfixiado por un presupuesto raquítico y menguante.
Ni los más lujosos oropeles ocultan las miserias de una política cultural que
ni es cultura ni es política. La presencia de la reina Sofía dio aire cortesano
a un festejo al que, como suele ser costumbre, el pueblo llano no estuvo
invitado. Nada más alejado de la modernidad. Lo más moderno en la visita real
fue la indignada presencia de los yayoflautas,
Pepitos Grillo de una crisis que no es más que una estafa.
Un cuarto de siglo después, el IVAM se dedica al
onanismo y sólo programa revisiones de sus propios fondos. Gracias a la previsión de algunos gestores, como
Carmen Alborch, Tomás Llorens o Vicente Todolí, entre otros, el IVAM acumula
obra suficiente como para ahorrarse traer a Valencia algunas de las magníficas
exposiciones que circulan por el mundo. Pero, ¿no nos habían puesto en el mapa?
Si alguna vez estuvimos en él, ya nos han vuelto a quitar. Claro que peor
suerte corrió el otro museo de la modernidad, hablo del MUVIM, que finiquitó su
periodo de esplendor, bajo la dirección de Román de la Calle, con uno de esos episodios
de censura que tanto dicen del poco talante democrático de algunas de nuestras máximas
autoridades.
ESPACIO PÚBLICO
El IVAM se diseñó como una ventana de modernidad
abierta a la ciudad. Su atrio, sin soportales, es un espacio público para la
escenografía del arte. La ciudad democrática pide lugares para el diálogo,
plazas para la convivencia. El 15M reconquistó muchos de estos espacios urbanos
como ámbitos para el debate. La plaza y la calle son escenarios de alegría y conflicto,
ámbitos para la representación de la ciudadanía. La nueva ordenanza municipal
que prepara Rita y su equipo de gobierno amenaza con reducir estos espacios. Al
poder no le gustan las representaciones que no controla. Por eso tiende a
limitarlas, a ponerles peros, a desterrar sus expresiones menos complacientes a
periferias de invisibilidad.
Se trata de marginalizar la indignación. En Madrid,
el PP quiere que la Puerta del Sol deje de ser un escenario para la protesta.
En Valencia, el PP quiere que dos de sus plazas más simbólicas, la del
Ayuntamiento y la de la Virgen, no vuelvan a ser lugares de representación
democrática. Que dejen de ser las ágoras en las que se reflejan las inquietudes
de una sociedad que no se resigna a que le pongan de nuevo la mordaza.
Dice Rita y su comparsa que lo hacen para
garantizar la libertad y ganar más espacio para el viandante. Si de verdad les
preocupase eso, gestionarían el espacio urbano pensando más en la ciudadanía y
menos en el negocio que supone para las arcas municipales su privatización. En
democracia, la calle es del ciudadano.
URBANO
GARCIA
urbanogarciaperez@gmail.com
Foto: Victoria Lavadie
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