Fueron tiempos dorados para
el PP valenciano. Durante 24 años en el Consistorio del cap i casal y 20 al frente de la Generalitat, el PP hizo y deshizo
a su antojo. Al principio necesitó la muleta de Unió Valenciana para gobernar,
pero al poco tiempo no precisó de nadie. Eso es lo que nos contaban. Durante
las últimas legislaturas, al menos, parece que el PP valenciano se sirvió de
argucias poco compatibles con la democracia para mejorar sus resultados
electorales. Lo reconoció en sede judicial Francisco Correa, el líder de esa
trama que en su honor se llama Gürtel.
El lunes 15 comenzó en la Audiencia Nacional el juicio a la parte valenciana de esta red mafiosa. Ya se sabe que no hay corruptos sin corruptores. Algunos empresarios no dudaron en dar su apoyo económico al partido hegemónico de la derecha hispana a cambio de obra pública. Así engordó su hucha el PP. Y así de dopado acudió a las citas electorales. ¿Hubiera tenido el PP el mismo apoyo sin ese chute de financiación opaca? ¿Hubiera podido desplegar todo ese arsenal de cacharrería con la que animaba sus saraos? ¿Habría podido tejer esa red clientelar de estómagos agradecidos que hacían de palmeros en todos los actos que organizaba? Algunas de estas preguntas tendrán respuesta en las sesiones que se celebran en la Audiencia. Pero no es seguro. Tampoco lo es que se devuelva el dinero público malversado, ni los escaños logrados fraudulentamente. Nuestra cultura democrática tiene flaca la memoria. Ni la sociedad tiene los arrestos necesarios para reclamar lo que le han robado. En democracia, la conquista del poder –siempre temporal y parcial- pasa por las urnas. Una vez logrado el apoyo en ellas, ¿se tiene bula para hacer lo que se quiera?
La democracia tiene sus contrapesos y límites. Esa es la teoría. En la práctica, el PP se los saltó todos. ¿Qué falló? Posiblemente fue un fallo multifunción, o lo que es lo mismo, un fallo en el sistema operativo de nuestra democracia. Justificar todo en el acta de nacimiento no suele ser recomendable. Conduce a callejones sin salida, al atzucac de la melancolía. No hace falta remontarse a tiempos tan pretéritos. La ausencia de desarrollo legislativo o una legislación demasiado laxa facilita la faena de aliño de la corrupción. También el pasotismo de una sociedad adormecida por unos medios de comunicación públicos al servicio de la propaganda.
REARME
Al Consell bipartito y al
tripartito que sostiene el Acord del Botànic les ha tocado la tarea de
zurcir los descosidos que el PP hizo a nuestra frágil democracia. En ello se
juegan los tres socios su credibilidad. No está siendo fácil la apuesta. No lo
fue montar de la nada una Conselleria, como la de Transparència, tan necesaria y a la vez tan temida. Tampoco están
siendo fáciles los comienzos de la Agència Antifrau. Poner al frente de este
organismo al valenciano Joan Llinares es una garantía. Joan tiene el aval de
haber destapado la trama con la que Convergència saqueaba el Palau de la Música de Barcelona. Un fraude, ahora sentenciado, que guarda
muchas similitudes con el modus operandi
utilizado por Correa y sus secuaces. Las dos redes mafiosas “utilizaron los
mismos patrones: las facturas falsas, la empresa pantalla, la simulación (…)
también hay coincidencia en el entendimiento entre el poder y las empresas, lo
que conlleva a que un partido tenga ventajas respecto al resto”, dice Joan
Llinares. La ejemplar sentencia del caso Palau,
condenando a Convergència y a los
principales artífices del fraude, es
un precedente de lo que puede ocurrir en el caso Gürtel y sus conexiones con el
PP de Aznar y Rajoy.
REFUNDACIÓN
CDC, el partido creado por Jordi Pujol, optó por
refundarse cuando empezó a judicializarse el tema Palau. “Convergència ya pagó, con su disolución en 2016, un precio muy
alto por las irregularidades investigadas”, dijo Artur Mas desmarcándose del
pasado del partido que presidía hasta ese momento. El PP ha optado por mantener
el tipo. Su rama valenciana descartó refundarse para correr un tupido velo que
tapase sus muchas vergüenzas. Y es que no sólo la Gürtel anidó en un PP que
copaba todas las instituciones y se sentía impune. Nóos, Taula, Emarsa, Imelsa,
Brugal, Fabra, CAM, F-1,… la lista es interminable. Por el despacho de Camps,
pasaron ingeniosos ingenieros de tramas corruptas y empresarios ávidos de
negocios sin competencia. Presuntamente, claro. Los ingredientes estaban listos
para elaborar el cóctel. Sólo faltaba el barman que agitara la coctelera. Pero
como ocurre hasta en los guardarropas más nobles, toda correa tiene su hebilla.
URBANO GARCIA
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