Viernes 12 de abril, oficialmente la campaña electoral ha comenzado. Llevamos días, semanas y meses de campaña. Estamos en ella desde que Susana Díaz decidió adelantar las urnas en Andalucía. No hay día sin alguna encuesta en algún medio, diciéndonos cuál es el estado del paciente. Diciéndonos cómo nos encontramos. Zarandean a la opinión pública en función de no se sabe qué intereses ocultos. ¿Alguna encuesta es fiable? Lo dudo. La más exhaustiva es la del CIS, también la más cuestionada. La última antes de las elecciones se publicó el martes 9. Sus completos cuestionarios y la extensa muestra dan una foto fija de la sociedad bastante fiable. La electoral no es tanta. En eso, la única válida son las urnas. Desde que supimos los resultados de las andaluzas lo nuestro es un sinvivir. Al despertamos, el tiranosaurio estaba allí, con su mirada desafiante. El neofranquismo era el alien que habitaba el alma de un PP nacido de él. De pronto, el alien cobró vida propia, abandonó el espacio confortable que le puso Fraga, el salón con TV de Aznar y el jacuzzi de Aguirre. Rajoy, haciendo gala de galleguismo, miró hacia otra parte. Y la bestia resucitó.
ADN
Nada separa la pre de la campaña propiamente dicha. La única diferencia es de matiz, pedir o no el voto. En la sociedad de la información, los muros no existen. Ni en los procesos electorales ni en casa de los Montero-Iglesias. Parece que algunos hackers tienen licencia oficial para husmear en la vida de los otros. Ecos de pasadas dictaduras. Un escándalo sin parangón en una democracia que se precie. ¿Lo somos? La policía patriótica montada por el PP para espiar y hundir a Podemos y a los nacionalistas catalanes, suena a policía política de la peor calaña. Detrás de ella se ocultan los más oscuros intereses del establishment. Villareja del visillo, en acertado apodo de Bob Pop, es una excrecencia franquista, un forúnculo de la democracia. Igual que los neofranquistas. Al primero, los medios le ponen altavoz. A los segundos, la cama.
Entre cloacas e insultos, todos salidos del mismo sumidero, se hicieron públicos los programas. ADN y tarjeta de presentación de los partidos. Pocas novedades y mucha ideología. En esencia, el bloque de las derechas coincide en rebajar impuestos a los ricos, desmantelar el poco Estado del bienestar que nos queda y desandar el camino de la descentralización. Las izquierdas, por su parte, apuestan por consolidar lo conseguido y dar un paso adelante en lo que está inacabado e indefinido. ¿Demagógico? No digo que no. Quien presuma de imparcial que tire la primera piedra. Hacía tiempo que no estaba tan clara la línea divisoria entre dos formas de entender la política, de ver el mundo. Dos grandes bloques ideológicos.
De un lado el neoliberal, con sus matices, claro. Con su modelo desregulador, quitando controles, apostando por el libre albedrio y la mano dura como únicos factores de cohesión. De la desigualdad, ni una palabra. Al otro lado, quienes hacen del diálogo bandera. Hablar nunca puede ser malo. Es la mejor terapia para superar un trauma, sea individual o colectivo. Y España está para el diván. En el tema de impuestos, sólo hay que mirar a nuestro entorno. Somos los que menos impuestos pagamos. La mayoría, indirectos, al margen de la renta personal. Impuestos al consumo, el IVA,… Y las rentas del trabajo. Las del capital apenas pagan. Sin impuestos no hay bienestar, ni hospitales, ni escuelas públicas. La salud y la educación son derechos constitucionales que el Estado debe garantizar. ¿Cómo financiarlos si no hay ingresos?
VACIADA
La España vacía decide nada menos que 99 escaños del Congreso. Ni la II República, ni el franquismo, ni las autonomías han logrado frenar el proceso de concentración de la población en la periferia, en Madrid y en las ciudades de más de 500.000 habitantes. Algunos distritos electorales se han vaciado, haciendo más injusto el sistema electoral. Su sobre representación sólo ha conseguido apalancar las tendencias más conservadoras. La dinámica bipolar: interior vacío, litoral superpoblado, no ha dejado de crecer desde principio del siglo XX. A menor escala, también ha ocurrido en el País Valenciano. Las comarcas vaciadas se resisten, necesitarán un buen plan del Estado para revertir la inercia. El diseño radial de la comunicaciones ferroviarias agudizó el problema. Y ahí sigue. No será fácil darle la vuelta a ese calcetín.
URBANO GARCIA
1. Ilustración Revista digital República.
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