A veces, la indignación que nos invade es tal que por nuestras
bocas sólo salen sapos y culebras. Entonces, cuando ya no aguantamos más,
echamos mano del extenso catálogo de improperios o del rico repertorio de
exclamaciones escatológicas. También podemos tomar prestado uno de los muchos insultos
que hay con denominación de origen. Me decido por lo último y robo a Tarantino
el título de una de sus películas. Mayo de
2013 empezó como esos mayos que perduran en la memoria, con un drama de
explotación y miseria. Esta vez fue en Bangladesh. Un edificio -en realidad una
gran fábrica textil- ardió y se hundió sepultando a cientos de trabajadores, la
mayoría mujeres, que por un mísero salario cosían prendas en jornadas de más de
14 horas. Cuando escribo estas líneas, el censo de cadáveres desenterrados
supera ya el medio millar, y la búsqueda continúa. Con la tragedia, hemos
descubierto que una gran parte de la producción que salía de ese infierno iba
destinada a reputados comercios de nuestro civilizado Primer Mundo. En el
momento en que se produjo el siniestro, se estima que había en el edificio unas
3000 personas en condiciones de casi esclavitud. Ocurrió poco antes del 1º de
Mayo, en Savar, cerca de Dacca, la capital del Bangladesh.
DESLOCALIZACIÓN
Tal
vez ésta sea una de las peores consecuencias de la globalización descontrolada
de capitales y de empresas. Los primeros buscan paraísos fiscales; las
empresas, laborales. Ninguno de esos paraísos ha sido cuestionado por la globalización
liberal. Ni por las organizaciones internacionales (Fondo Monetario
Internacional, Organización Mundial del Comercio, ONU,…) ni por las europeas.
Más bien al contrario. La Unión Europea ha cerrado los ojos, hasta ahora, ante
la existencia de este tipo de paraísos en su interior. Maldigo a financieros,
empresarios y políticos sin escrúpulos que velan más por sus intereses
particulares que por los de la ciudadanía. Maldigo a quienes huyen buscando el máximo
beneficio, mientras que los trabajadores de
sus países de origen –sin tanta capacidad para huir- son desposeídos de sus
empleos y arrojados fuera del sistema. La única salida que propone la derecha
gobernante en Europa y en España es aumentar la movilidad. En vulgar paladino,
presionar para que la población emigre. Una canallada.
El
poco tejido industrial que había en nuestro país, primero se descapitalizó. El
dinero siempre busca la máxima rentabilidad. Mientras duró la burbuja
inmobiliaria, la construcción fue el destino preferido del capital. Luego buscó
otras latitudes en las que la debilidad sindical permitía una mayor explotación
de la mano de obra. Así, mientras el capital aprovecha la globalización para
irse al paraíso, el infierno se globaliza para una inmensa mayoría de la
población mundial. Y todo en nombre de una falsa libertad.
A DIOS ROGANDO
Él
solito se ha puesto a los píes de los caballos. Hablo de Cotino. Sus desplantes,
sus silencios,…ante las insistentes preguntas de Jordi Évole sobre su actuación
tras el accidente del metro de Valencia del 3 de julio de 2006, dicen mucho
sobre el personaje. Se ha desvelado su verdadera calidad humana. Tendrá cara de beato, pero su alma huele a azufre. Cotino
y su ejército de monaguillos se han adueñado de los albañales del parlamento
autonómico. Desde que Aznar y Camps confiaron en la facción meapilas, el
llamado sector católico del PP –es decir, el OPUS- goza de un amplio margen de
maniobra en las instituciones. Se vio en aquellos días en los que coincidió la
tragedia del metro con la visita a Valencia del Papa de Roma. Cotino estuvo en
los dos fregaos. En la tragedia, como confesor y quita-manchas-de-responsabilidad;
en la visita papal, formando parte del cuarteto (Consell, Diputación,
Ayuntamiento y Arzobispado) que permitió que la red mafiosa Gürtel se llevara
millones de euros del erario público. Así nos han estado robando. Mientras a
muchos se les caía la baba viendo al Papa, ellos nos birlaban la cartera sin
darnos cuenta. ¡Malditos bastardos!
URBANO GARCIA
urbanogarciaperez@gmail.comIMAGEN: Programa "Salvados" dedicado al accidente del Metro de Valencia del 3 de julio de 2013
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