Le había costado tomar la decisión, pero esa tarde
Pepa hablaría a la asamblea de la plaza. No era fácil. Lo estaba pasando tan
mal que apenas dormía. Hacía tiempo que los somníferos formaban parte de su
dieta diaria. Gracias a ellos mantenía los nervios a ralla. Pero de vez en
cuando le estallaban, y lo pagaban quienes más cerca estaban de ella. Sin
trabajo, con dos niños pequeños que alimentar y un marido desaparecido no podía
permitirse el lujo de perder la calma. En el barrio lo sabían. Por eso eran
indulgentes a la hora de cobrarle las deudas. En la tienda de la esquina le
fiaban, sabiendo que para ser caritativos no hace falta irse muy lejos. Sólo
hay que mirar y ver lo que ocurre a nuestro lado. Luego dejar actuar a nuestra
conciencia. La solidaridad con los más necesitados sale de forma casi
espontánea.
Desde
que el 15 de marzo surgió ese movimiento de las plazas, Pepa había recuperado
una tímida sonrisa. Ya no veía todo tan negro. Era como si una pequeña rendija
de luz se hubiera abierto paso en medio de las tinieblas. Como si una tenue
vela iluminara su ennegrecido pensamiento. En la primavera de 2011, Pepa
llevaba meses arrastrando a solas la pesada carga de una existencia sin
sentido. Ahora se veía más acompañada. En la miseria, todo hay que decirlo.
Pero hasta ese poco consuelo le parecía inmenso. Hacía unos días que había recibido
una carta del juzgado. Le notificaban que tenía que abandonar su domicilio, su
casa. “Por impago”, decía la misiva. Entre dar de comer a sus hijos y pagar la
hipoteca, había optado por lo primero, por la vida. Ahora le apremiaban para
cobrar la deuda. Por eso estaba decidida a contar a quienes quisieran
escucharla su triste historia. Sabía que no serviría para que el banco que le
reclamaba el dinero, ni el juzgado que le aplicaba la ley, se apiadasen de
ella. Pero se quitaría un peso de encima, compartiría la pesadilla que la
estaba consumiendo por dentro como una insaciable carcoma. Como un picudo rojo
que orada sus entrañas hasta dejarlas vacías. Por eso habló aquella tarde de
primavera. La gente que llenaba la plaza mostró la aprobación a sus palabras moviendo
las manos al viento. Cuando terminó se sintió mucho mejor. Una compañera de
Stop Desahucios se acercó a Pepa y le ofreció ayuda. Legal y humana, de las dos
necesitaba. Unos días después, cuando la policía y el secretario judicial
llegaron al domicilio de Pepa para proceder al desahucio se encontraron con la
calle llena de gente. Ese día no pudieron ejecutar la sentencia. Para Pepa y
sus hijos fue un pequeño triunfo, aunque fuera efímero. Nunca lo olvidarán.
DOS AÑOS DESPUÉS
Stop Desahucios forma parte de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca,
la organización cívica que acaba de recibir el reconocimiento de la Unión Europea
por su defensa de los derechos ciudadanos. La PAH promovió una Iniciativa
Legislativa Popular para modificar la Ley Hipotecaria que recogió millón y
medio de firmas, un millón más de las necesarias para ser tramitada por Las
Cortes Generales. Un trámite al que el PP se opuso con todas sus fuerzas, pero
que finalmente accedió a celebrar ante la presión de la opinión pública. Que el
PP desestimaría la ILP de la PAH en las Cortes estaba cantado.
La
ILP contemplaba la dación en pago. Una fórmula legal que permite saldar la
deuda renunciando a la propiedad del bien hipotecado. Ni los bancos ni el PP aceptan
esta solución. Para ellos, como para UPyD, la deuda nunca prescribe, ni
siquiera renunciando a la propiedad. El PSOE, tal vez sensible al dolor de los
desahuciados y tras su oposición inicial, accedió a sumarse a quienes piden la
dación en pago. De poco sirvió la conversión. El PP sacó adelante su Ley
Hipotecaria en las dos Cámaras gracias a su mayoría absoluta. Ningún otro grupo
apoyó al gobierno. Sólo la Banca, en especial la que ha recibido cuantiosas
ayudas públicas, defiende la Ley del ejecutivo. Eso sí, los desahucios se
podrán aplazar durante dos años en casos de extrema necesidad. ¿Caridad
cristiana?, o “Gobernar, a veces, es repartir el dolor”, como dijo Ruiz
Gallardón.
Durante
el debate parlamentario, los miembros de la PAH intentaron convencer con su
presencia cerca del domicilio de los diputados de la injusticia de algunos aspectos
de la ley en trámite. Eran los famosos escraches. El PP los criminalizó.
Algunos diputados llevaron sus exageraciones al límite de la calumnia,
sabedores de la impunidad de sus mentiras y de su control absoluto sobre muchos
medios de comunicación. El 15 de junio, en Valencia, Ada Colau, una de las
voces de la PAH, anunció el fin de los escraches al haber terminado la
tramitación de la Ley. Ya no tenía sentido apelar a la conciencia de los
diputados.
En
los últimos meses hemos asistido a la lucha entre un David –la PAH- contra un
Goliat insensible al sufrimiento de la ciudadanía. El gobierno venció, pero no
convenció. El verdadero triunfo es para una ciudadanía activa, consciente de sus
derechos, una minoría que ni se calla ni se resigna. Una ciudadanía que no se
doblega ante las injusticias, que no se da por vencida y lleva sus razones a
donde haga falta. Nada nos impide soñar y pelear por un mundo mejor y más
justo. ¡Sí se puede! ¡Sí podemos! ¡Enhorabuena!
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