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jueves, 10 de noviembre de 2016

BORRAR DE LA MEMORIA

Stalin borró a Trotsky de las fotos en las que aparecía junto a Lenin. El único heredero de la revolución de Octubre tenía que ser él. Él se consideraba el elegido y cualquier sombra de duda tenía que ser eliminada. Había que “retocar” las fotos para construir un relato a su antojo. Ese principio anima a todos los dictadores. Su voluntad de perpetuarse les lleva a sustituir las verdaderas pruebas por otras falsas, más acordes con sus intereses. Además de escribir la historia, el vencedor se considera ungido del don de construir la memoria. Los sucesores de Hatshepsut, hija del gran Tutmosis I, mandaron picar los bajorrelieves en los que aparecía la reina-faraón de la XVIII dinastía, nada menos que hace 3.500 años. Los tiranos siempre están tentados de reescribir su presente. Ahí tenemos a Franco como antecedente más próximo. Su dictadura secuestró la memoria de todo el país. ¿Qué tic autoritario llevó a Maese Camps a cambiar el nombre de la estación de Jesús? ¿Qué mala conciencia tenía para llevar a cabo tal perversión de la verdad? ¿No le bastaba con el relato construido por RTVV? ¿Qué impulso le llevó a tan burda manipulación de los hechos?

DÉCADA
                  Diez años después de aquel trágico 3 de julio de 2006, comenzamos a conocer la verdad de un accidente previsible y evitable que sacudió València aquel mediodía de verano. Durante una década, la única ecuación de la tragedia fue de 43 muertos+47 heridos= 0 responsables. Hace unos días, la segunda comisión de investigación creada por Les Corts Valencianes –la primera fue un paripé del PP para dar carpetazo a un tema que le incomodaba- completó el segundo término de la ecuación con 13 responsables. No lo serán hasta que la Justicia dictamine. Pero el trabajo parlamentario ahí está, como constancia de que en ocasiones la verdad se impone. En este tiempo, la Asociación de familiares y amigos de las víctimas (AVM3J) se ha concentrado todos los días 3 de todos los meses de los diez años en la plaza de la Mare de Déu. Un espacio público que el PP y el arzobispado quisieron prohibir para este tipo de actos. Y es que la connivencia entre uno y otro ha sido más que manifiesta en una especie de revival del nacional catolicismo. En julio de 2006, a los pocos días del accidente, llegó a València el Papa de Roma, entonces Benedicto XVI. Ya conocen los lectores de esta cartelera el negocio que urdió la Gürtel a costa de aquella visita. Y cómo desde Juan Cotino, ex Conseller y supernumerario del Opus, hasta Pedro Sánchez, ex director general de RTVV, cortaron el bacalao y se llevaron un buen trozo de la tarta, material y espiritual.
                  Construir la memoria de un pueblo pasa por reconstruir su espacio simbólico. Monumentos, nombre de calles, de rincones en los que ocurrió algo que merece la pena recordar. Las ciudades también son espacios para la memoria. Recuperar el nombre de Jesús para la estación más próxima al lugar del accidente era una exigencia democrática. Lo contrario que hizo Camps cambiándolo.

 ANIVERSARIOS
                  El décimo de la tragedia del metro coincidió con el cierre de una etapa de ignominia política. Un largo duelo para un dolor sostenido. En tan solo un año –el primer aniversario del Acord del Botànic- se ha demostrado que las cosas se pueden hacer de otra forma. Para eso está la política, para hacer posible lo que parece casi imposible. La investigación de Les Corts ha dejado claro que la inversión en seguridad no era prioritaria para el gobierno de Camps. ¿Había un cierto clasismo en esta falta de previsión? Tal vez. El ocurrido el 3 de julio de 2006 no fue el primer accidente en la línea 1 del metro, la más antigua y larga, pero también la menos segura. Posiblemente sea esta línea la más popular de todas las del metro, un transporte público poco frecuentado por las llamadas clases pudientes. Camps tenía otras prioridades. Ganarse la bendición del Papa y engordar el negocio de los amigos, entre ellos la patronal de la educación concertada o las universidades católicas. La caída en picado del PP valenciano en la primavera de 2015 –resumido por Rita en su “¡qué hostia!, Serafín”- fue fruto de sus políticas de despilfarro y corrupción. Parece que una parte de la ciudadanía está dispuesta a perdonar esas mezquindades, o al menos a considerarlas males menores, ante la supuesta amenaza de una invasión de ultracuerpos. Así nos va.

URBANO GARCIA

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