Gobernar es decidir entre diferentes opciones. Optar
en función de una escala de valores, de unas preferencias. Por eso es tan
importante quien gobierna, sus decisiones –buenas o malas- condicionan el
presente y el futuro de muchas personas. Suele ser un poco falso decir que se
gobierna igual para todos, aunque decirlo sea de obligado cumplimiento. Tras esa
pose siempre se oculta el interés por favorecer a unos más que a otros. El
gobierno de la mayoría es la receta de la democracia. Una mayoría testada en
las urnas, la menos imperfecta de las formas de consulta. Pero el ejercicio de
ese derecho se produce en un contexto. ¡Democracia!, ¿para qué? Se preguntaban algunos
cuando las penurias convertían la libertad en utópica. Siempre hay
condicionantes individuales y colectivos que limitan el ejercicio libre de la
democracia. ¿Se puede restringir el derecho a decidir en función de esos
condicionantes? La historia está llena de ejemplos en los que así se ha hecho.
Y siempre se han expuesto similares argumentos. Un buen ejemplo es el debate en
los años 30 sobre la ampliación del derecho de voto a la mujer. Parece
prehistoria, pero no hace tanto tiempo que en este país estaba prohibido votar.
Cosas importantes, claro. Como elegir a quién gobierna, por ejemplo. Eso
diferencia las dictaduras de las democracias. Aunque entre ambas haya múltiples
gradaciones que no se pueden minusvalorar. En las últimas décadas la
desigualdad ha crecido exponencialmente. Unas políticas la favorecen más que otras.
Hay que votar.
Cuando
se publiquen estas líneas aún no se habrán celebrado las elecciones generales,
pero en la efímera semana de vigencia de esta cartelera se conocerán los
resultados del 26J y se habrá especulado hasta la saciedad sobre toda la
combinatoria posible a la que den lugar.
HEGEMONÍAS
La
democracia siempre es mejorable, por eso se podría considerar en permanente
estado de transición. De la dictadura franquista a la democracia actual
transitamos por lo que comúnmente conocemos como La Transición, así con
mayúsculas para resaltar su carácter exclusivo. Un periodo convulso de reajuste
de las diferentes fuerzas que conformaban la sociedad española tras la muerte
del dictador. El primer paso fue construir un sistema de partidos políticos
capaces de aglutinar voluntades y electorado. Los había históricos, con
tradición, programa, y una mochila cargada de experiencias, no todas ellas
ejemplares. Hacer borrón y cuenta nueva es una forma de olvidar el pasado. Pero
no es fácil ni recomendable enterrar la memoria. Los franquistas fueron los
primeros en apuntarse a la operación amnesia. Cuestión de supervivencia. Del 75
al 78 se consolidaron dos grandes bloques, a izquierda y derecha. El primero lo
hegemonizó un PSOE que sólo guardó del histórico el cascarón de sus siglas. El
segundo, tras un intenso y relativamente breve periodo dirigido por Suárez y la
UCD, pasó a ser ocupado por una derecha capaz de aglutinar a los herederos del
franquismo. Ese sistema bipartidista consagrado por la Constitución del 78 es
el que desde hace años –y no sólo por la crisis financiera- está en entredicho.
A izquierda y derecha hay opciones que ponen en cuestión las actuales
hegemonías. Una pugna que no acaba el 26J. Podemos y las confluencias, entre
ellas Compromís, apuestan por actualizar y revitalizar el maltratado programa
socialdemócrata. C’s pretende limpiar y dar esplendor a una derecha lastrada
por la corrupción. PP y PSOE se resisten a perder su hegemonía como gato panza
arriba, incapaces de frenar su declive.
FUTUROS
La
campaña termina como empezó. Con un Rajoy de don Tancredo jugando a la ruleta
rusa de una tercera convocatoria electoral y a la espera de que maduren las
condiciones objetivas para su gran coalición con el PSOE, en la que C’s haría
de casamentera. Nada mejor que aferrarse a la yugular de un supuesto enemigo
para salvar los muebles del bipartidismo. Mientras, el PSOE sigue deshojando la
margarita de con quién se juntará o, mejor dicho, con quién le permitirán que
se junte los poderes financieros y una parte de sus elites dirigentes. Susto o
muerte, ese es su dilema. Podemos podría esperar si los resultados electorales
no son los anunciados. Pero la emergencia social es aquí y ahora, y no se puede
desatender. Volcarse en la organización no gratifica tanto como asaltar el
cielo raso de la carrera de San Jerónimo. Una tarea que junto con la gestión
autonómica y municipal consume mucha energía a Compromís, su aliado valenciano. El futuro, mañana.
URBANO GARCIA
urbanogarciaperez@gmail.com
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