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jueves, 10 de noviembre de 2016

REPÚBLICA

Rescatar del olvido el tiempo pasado no es fácil. Y menos cuando ha sido borrado de la memoria con perversa intencionalidad. Cualquier tiempo pasado no fue bueno por el hecho de serlo. Pero es nuestro tiempo y forma parte de lo que somos, aunque esté enterrado bajo siete llaves. 
Madrugada del 7 de noviembre de 1936. El gobierno legítimo de la II República se traslada de Madrid a València. Las tropas rebeldes del general Franco están a un tiro de piedra de la capital del Estado. Los diarios de esos días comparan el traslado republicano con el que hicieron en 1810, en un país ocupado por las tropas napoleónicas, los diputados elegidos para formar parte de unas Cortes de resistencia que dos años más tarde alumbraron nuestra primera Constitución. A veces la épica sirve para dulcificar el amargo sabor de la tragedia. Valencia se convertía así en capital de la República. Lo fue hasta el 31 de octubre de 1937, en que el traslado se hizo a Barcelona. Durante casi un año, Valencia se convirtió en tierra de acogida y epicentro republicano. Llegaron más de 100.000 refugiados. Había familias enteras. Muchos eran funcionarios y militares. Pero había de todo. También artistas y gentes de la cultura. El 26 llega Antonio Machado con su familia, se instalan en Villa Amparo, en Rocafort, cerca de Valencia.
 1936-2016
                  De eso hace 80 años. Queda gente que lo recuerda. Alejandra Soler Gilabert es una de ellas. Ha cumplido 103 años y mantiene a salvo su memoria. Maestra y comunista, dos pecados capitales para el dictador. Valencia la nombró hija predilecta el año pasado y éste ha sido la Generalitat quien le ha dado el más alto reconocimiento. Alejandra fue testigo de un tiempo de ilusión y esperanza.
                  La larga noche de piedra de la dictadura duró demasiado y esculpió con saña la amnesia en las conciencias. El terror y el miedo fueron eficaces instrumentos para esa lobotomía colectiva. La misma saña emplearon los golpistas en cambiar la memoria urbana. El primer gobernador civil de Valencia nombrado por Franco, el coronel Francisco Planas de Tovar, dictó un bando por el cual se ponían elevadas multas a quienes tuvieran en sus casas “símbolos del pasado”. La delación, la autocensura, el pánico para borrar la historia. El callejero fue reescrito por la dictadura, tras la concienzuda extirpación del pasado democrático. Aún hay restos en la ciudad de aquella barbarie.
                  Toca recuperar la memoria. Nuestra democracia no nació en el 75. Tenemos un pasado del que sentirnos orgullosos. Mientras el fascismo galopaba por Europa, el hemiciclo del Ayuntamiento acogía las sesiones del II Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura. Valencia era capital de la República. Ocho décadas después, el balcón Consistorial luce una pancarta recordando la efeméride. Tot està per fer, recuerda una exposición en La Nau. También se presentarán varios libros sobre la capitalidad republicana de València. La conmemoración servirá para abrir al público el refugio antiaéreo del Ayuntamiento, una construcción que durante años ha permanecido camuflada bajo el disfraz de almacén de papeles y trastos. Es necesario recuperar los lugares de la memoria para construir una memoria democrática. Sin reconocer ese pasado, estamos condenados a repetirlo.      

DESIGUALDAD
                  Con ella llega la indignación. También el miedo a perderlo todo. Las mismas élites extractivas, desreguladoras y adictas a la especulación que causaron la crisis han gestionado la salida de ella. Y la han gestionado a su favor. El resultado ha sido catastrófico. Los ricos lo son más y las clases medias empobrecidas han sido empujadas al borde del abismo. El resultado electoral en EEUU -el triunfo de un Trump machista, racista, proteccionista en lo económico y ultraliberal en lo social- es una buena prueba de la existencia de unas clases medias asustadas ante un futuro incierto. La globalización aumenta la incertidumbre y dispara los temores. Tratados comerciales de la Unión Europea como el CETA (con Canadá) y el TTIP (con EEUU) son instrumentos de las corporaciones transnacionales para seguir sacando el máximo beneficio de la desigualdad. Las relaciones comerciales son un campo de batalla del que la ciudadanía es excluida. La democracia es un obstáculo para el capital financiero. Ahora y en el 36. Cuánta falta nos hace recuperar la memoria.   

URBANO GARCIA

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